Este cuento trata sobre los apegos, que representan todo aquello que nos ata a lo que no nos deja avanzar, llámense afectos, costumbres, creencias, miedos, tradiciones, conceptos religiosos, dependencias, inseguridades, necesidad de complacer a los demás, en fin, a las ataduras de todo tipo. Apegos que tenemos que aprender a reconocer en nosotros y a dejar ir, liberándolos porque nos esclavizan y no nos dejan crecer.
Si vamos aún más profundo, los apegos no son sino fantasmas alimentados por nuestra propia energía ya que provienen del miedo, que ya sabemos que es el enemigo del amor, y en estas circunstancias cruciales que vivimos hoy, cualquier apego se vuelve enemigo del “Amor”. Y en consecuencia... enemigo de nuestra propia Vida.
Miedos como... ¿Y qué me pasará si me quedo sin...? ¿Y qué me pasará si dejo de....? ¿Y qué me pasará si tengo que cambiar hacia...?. ¿Y qué me pasará si los demás me ven como...?
Todos apegos, en el fondo, constituidos por las distintas variedades de miedos que terminan inexorablemente en...
ESCLAVITUD
Estaba allí, acurrucado, con su mirada melancólica... fija en la mía... sin moverse, respirando apenas. Lo observé durante un instante y algo sentí como que se movilizaba dentro de mi ser. No sé... ternura, compasión... algo así. Me llegó muy hondo eso que me inspiraba su mirada.
Y no pude contenerme... me acerqué, lentamente, sensibilizado al percibir en sus ojos tristes, cansados, de mirar honesto, franco... una expresión resignada... la que traté de interpretar preguntándome qué estaría pasando por su interior en ese momento.
“¿Qué pasó...? ¿Te dejaron solo, viejo?” dije en voz baja cuando me arrimé a él.
Bajó la mirada humildemente, como si diera una señal de asentimiento.
Entonces acerqué mi mano, tocando suavemente su cabeza mientras le repetía...
“¿Qué pasa, amigo... qué pasa?” le decía mientras acariciaba lentamente su pelo oscuro.
“¿Tenés hambre? ¿Te han dejado solo...?” volví a preguntar sin esperar una respuesta.
“No está solo; está conmigo...” dijo una voz chillona, metálica, muy desagradable.
“¿Con vos...? ¿Y con qué derecho... está obligado a estar con vos?” dije un tanto molesto, levantando un poco el tono.
“No sé con qué derecho, ni me interesa tampoco, sólo sé que así debe ser porque el amo lo dispuso de ese modo” me respondió la voz desagradable.
Siempre he odiado a las cadenas. Me nace desde adentro. Siempre que una cadena se interpuso en mi camino, desató mi rebeldía hacia romperla, hacia quebrarla en mil pedazos...
No soporto la imposición, ni las limitaciones irracionales, ni la ausencia total del sentido común... y menos el mandato de aquel que enarbola su poder indiferente a los derechos del otro, porque simplemente su propia debilidad no asumida, sus miedos, lo impulsan a determinar, a controlar, a esclavizar... para sentirse más fuerte que ese poder angustiante con que lo acosan a sí mismo, muy escondidas, sus propias inseguridades.
“Yo sólo cumplo con mi obligación; si no lo hiciera, él quedaría suelto y el amo se enfurecería contra él porque cuando se libera rompe todo lo que encuentra” siguió excusándose la cadena.
“Digamos que justificas tu existencia porque te consideras a vos misma como un mal necesario...” le respondí ásperamente.
“No soy ni un bien ni un mal; depende de cómo me utilicen... si mal no tengo entendido, lo que sacó a tu camioneta de entre el barro, el viernes pasado, fue una hermana mía, otra cadena...” dijo, respondiéndome la estocada.
Y... sí, tenía razón. Yo no estaba teniendo en cuenta la otra cara de la verdad. Me vino a la memoria la imagen del dios Juno, el que tenía una cara hacia adelante y la otra, hacia atrás. Esa dualidad, que muchas veces no consideramos y que por eso mismo, no nos deja ver en claro que en definitiva, todo es una Unidad.
Y justamente yo, el que no teme pagar precios con tal de romper con las cadenas, aquel día de lluvia cuando nos encajamos con la chata y el camión nos arrastraba fuera del barro, rogaba para que la cadena no se rompiera... ¡A qué cantidad de ambivalencias, incongruencias, contradicciones... nos enfrenta la vida en su transcurso!.
“Bien, sí... de acuerdo. Sos una herramienta que sólo cumple con las intenciones de quien te usa... pero... ¿Qué se siente al someter a otro a la esclavitud?” le pregunté buscando incomodarla.
“Ella no siente nada, simplemente obedece. Además, si aquí hay alguien que está esclavizado, es ella”... creí escucharle decir al cachorro, que hasta ahora había permanecido quieto y silencioso.
“¿Cómo que la esclava es ella?... si te mantiene atado a ese poste, permanentemente!” le pregunté sorprendido.
“No te lo creas, yo soy libre de girar y de saltar, aunque no pueda alejarme del poste. Yo puedo moverme en dos dimensiones, pese a mi restricción” contestó el perro.
“Pero no te deja libertad, sólo te confina a este círculo que has trazado como un surco en la tierra, de tanto dar vueltas y vueltas...” le dije.
“Sí, puede ser que me limite, pero sin embargo, yo tengo dos grados de libertad, y en cambio ella, no tiene absolutamente ninguno. Sólo puede moverse cuando yo me muevo, y sus dos extremos están fijos: uno al poste y el otro, a mí...
Su único movimiento es mera consecuencia de mis movimientos; es más, está obligada a moverse, inclusive, aunque no lo desee. Está encadenada a mí. Ella es esclava de mi antojo” dijo el perro, levantándose del suelo y mirándome a los ojos.
Ciertamente... (más tarde me enteré que lo llamaban Lobo), el cachorro tenía razón. La cadena no tenía ningún grado de libertad en absoluto; dependía enteramente de la voluntad del perro.
“Si ella se suelta del poste, la llevaré conmigo adonde yo vaya. En ese caso, yo estaré libre y ella, esclavizada a mí. Si se suelta de mi collar, yo estaré más libre aún, y ella permanecerá unida al poste... esclavizada también. Ella cree esclavizarme, y además, ni comprende que de los dos, el más esclavo es ella” continuó expresando Lobo.
Quedé en silencio, reflexionando... y me puse a analizar los conceptos tan claramente enunciados por el cachorro...
¿Quién esclavizaba más a quien? No pude evitar trasladar inmediatamente estos parámetros a la vida humana, a mi propia vida, inclusive...
¿Cuántas veces el ser humano esclaviza a los demás, utilizando el poder, la presión, cierta relativamente dudosa autoridad o mucho peor aún... manipulándolo, haciéndolo en nombre del amor?
¿Cuántas veces nos esclavizamos a nosotros mismos, tal como hace la cadena, impidiendo que el otro disfrute enteramente de sus grados de libertad, por temor a que nos abandone?
¿Cuántas veces nos ponemos esa cadena de condescendencia, para complacer a los demás, por miedo de que dejemos de ser algo importante en su vida, de que deje de amarnos (¿amarnos?)...?
¿Cuántas veces hacemos al otro, esclavo de nuestra condescendencia, impidiéndole crecer?
¿Cuántas veces el hombre siente el sabor embriagante de su predominancia al someter a otro semejante, sin comprender que así, él queda todavía más esclavizado porque debe permanecer pendiente de que se no se rompa dicha relación de dependencia, sobre todo ante los cambios inevitables que auspicia el paso del tiempo?.
¿Cuántas veces nos convertimos en nuestra propia cadena al esclavizarnos...
a nuestras pertenencias...
a nuestros miedos...
a nuestras propias creencias...
a nuestro temor a recomenzar...
a esa angustia de no lograr controlar nuestras ansiedades...
a arrastrar la pesada carga de mantener vivos los recuerdos del pasado...
a la incertidumbre de lo que pueda depararnos el mañana...
a nuestras emociones desbordadas...
a nuestros apegos...
a nuestras insatisfacciones...
a la dependencia de nuestros deseos...
a la subordinación autoimpuesta de nuestra culpa...
a nuestra necesidad de que no nos dejen solos...
a nuestro afán de ser reconocidos...?.
¿Somos capaces de amar en libertad o necesitamos retener al otro en una relación dependiente y perniciosa para ambos?.
¿Somos capaces de ser, lo que sea que queramos ser... o somos... lo que los demás esperan de nosotros que seamos?
Creo que Lobo tenía muy en claro el concepto de la diferencia entre la libertad restringida y la esclavitud. Tal vez sería más que conveniente que en muchas ocasiones, cuando se trata de relacionarnos con los sentimientos, con las emociones, con hechos, o con personas, más frecuentemente de lo que nos damos cuenta en ese momento deberíamos plantearnos las preguntas...
¿Estamos viviendo la realidad de la situación, el hoy, o estamos referidos al pasado, esclavizados a nuestros preconceptos, a nuestras cicatrices, a nuestros recuerdos?
¿Estamos en verdad actuando por amor... o en realidad, por egoísmo estamos manipulando al otro?
¿Somos capaces de reconocer nuestros propios grados de libertad?
¿Somos capaces de liberarnos de nuestros miedos, esa cadena que nosotros mismos nos colocamos, que llevamos colgando del cuello y que nos asfixia cuando queremos avanzar?
Y más importante aún...
¿Reconocemos el significado amplio, generoso, lleno de posibilidades infinitas, de la esencia de la palabra “libertad”?
¿O en ocasiones, también, por ignorancia, nos esclavizamos al depender de ella?
¿Y en qué grado de esclavitud nos estamos instalando a nosotros mismos?
¿Y hasta adonde estaremos dispuestos a llegar cediendo nuestro poder, para luego reclamar con reproches y lamentos, que estamos sometidos siendo que no sabemos vivir en libertad, en autodeterminación, en discernimiento?
¿Hasta qué grado hemos de temer que nuestra capacidad de amar se encienda fulgurante dejando para mañana que nos envuelva en una espiral enceguecedora con todos y con el Todo al que pertenecemos?
¿Y hasta cuando intentaremos seguir evadiendo esa noble asignación moral denominada Responsabilidad?
Por otro lado, haciendo analogía a una rama de la matemática llamada Lógica... ¿Existe realmente la relación Master/Slave (amo/esclavo)? ¿O el principio de la realimentación entre ambos elementos la convierte necesariamente en una relación bidireccional de SOLO y MUTUA esclavitud?
Para finalizar, mi nuevo amigo Lobo y su cadena chillona me llevaron a reflexionar...
¿No existirá alguna otra manera de tratarnos entre nosotros los humanos, e inclusive a nosotros mismos individualmente, dejando de lado los apegos, las creencias, los miedos, las culpas, los prejuicios, las discriminaciones... que no sea el sólo ubicarnos en la posición del perro, o mucho peor aún, en la inerte situación de la cadena que lo esclaviza...?.
Humildemente honrando a todos aquellos que muestran estar realmente dispuestos a llegar a Ser Luz.
Emilio
(29 – 09 – 2009)
http://escritores-canalizadores.blogspot.com