miércoles, 24 de abril de 2013

EL DIOS DEL FUEGO DE LA PIRÁMIDE DEL SOL INTRIGA A LOS ARQUEÓLOGOS

La figura hallada en el emblemático complejo arqueológico de Teotihuacán, en México, abre el debate sobre el sentido del edificio

Bernardo Marín. México, 21 abr (El País).- El pasado mes de febrero, tras permanecer por lo menos 14 siglos oculta, se presentaba en sociedad una figura de Huehuetéotl, el Dios del Fuego, hallada nada menos que en lo alto de la Pirámide del Sol, en el complejo de Teotihuacán, una de las grandes referencias arqueológicas (y turísticas) de México y de todo el continente americano. La escultura, de 61 centímetros y casi 190 kilos, es la de un anciano sentado en posición de flor de loto, con las manos en las rodillas, moño, tocado, y coronado por un brasero. El hallazgo despertó un enorme interés entre la comunidad arqueológica. Primero por la cantidad de elementos extraños a su civilización que presentaba, aunque eso puede explicarse porque la ciudad, como Manhattan con su Little Italy o su Chinatown, también acogía a otras colectividades. Pero intrigó sobre todo a los estudiosos porque representara al fuego en un lugar que generalmente se cree dedicado a la lluvia. Y se abrió el debate ¿Cambia su descubrimiento el significado que le dábamos a la pirámide?

“El sentido del edificio no cambia”, cuenta Alejandro Sarabia, arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que dirigió la excavación, desde su oficina, ubicada casi al pie de la pirámide. Con algunos datos más que hace dos meses y la serenidad que transmite la solemnidad milenaria de Teotihuacán, Sarabia sigue pensando que la estructura estaba dedicada a Tláloc, el Dios de la Lluvia. Pero sí admite que la presencia de Huehuetéotl nos da pistas sobre algunos rituales que allí se celebraban. “La pirámide es maciza”, nos cuenta, “no hay cámaras, como si fuera un edificio privado, o tumbas: su función era simplemente elevar el templo, que estaba en la cúspide, por encima de los hombres. Esa figura nos permite deducir que en ese templo se llevaba a cabo la ceremonia del fuego nuevo, cuando coincidían, cada 52 años, el año solar de 365 días, y el ritual, de 260”.

De la civilización de Teotihuacán, que brilló aproximadamente del siglo I al VII de nuestra era, sabemos muy poco. Dejaron una escritura muy simple que apenas ha sido descifrada y los aztecas encontraron su impresionante ciudad prácticamente abandonada. Por eso bautizaron a su gusto la enorme urbe, ya entonces arqueológica, como Teotihuacán, el lugar donde nacen los dioses, y también dieron nombres caprichosos a sus edificios: la calzada de los muertos - porque suponían, erróneamente que estaba flanqueada por tumbas-, la Pirámide del Sol y la de la Luna. Sarabia encabezó en 2012 el primer equipo de la historia que excavó en lo alto de la pirámide con la intención de encontrar restos del templo y responder a dos preguntas: ¿en cuánto tiempo se construyó el edificio? y ¿alcanzó ya los 66 metros de altura que tiene de un tirón, o fue creciendo en construcciones sucesivas?

Las dos primeras preguntas tendrán respuesta en unos meses. Las muestras orgánicas tomadas en la base de la pirámide prueban que comenzó a construirse entre el año 50 y el 70, y ahora Sarabia ha recolectado otras en la cima, que le permitirán deducir, mediante la prueba del carbono 14, cuánto tardó en edificarse. También ha hecho dos calas para saber si la estructura tuvo ya desde el principio la altura original. Se sabe que al menos en una ocasión, en el siglo III, se ensanchó su perímetro, pero no si fue creciendo con los siglos, como la de Luna, donde se ocultan, como muñecas rusas, hasta siete pirámides, una dentro de la otra. En cuanto al templo, no hubo suerte: estaba destruido intencionalmente y saqueado. Pero aun así, en la fosa de saqueo encontró dos estelas lisas, verdes y metamórficas, y la citada figura de Huehuetéotl.

Leonardo López Luján, director del proyecto arqueológico del Templo Mayor, no le tocó hacer el descubrimiento, pero le da casi más importancia que su colega. “Yo sí creo que cambia el sentido que se le ha dado tradicionalmente a la pirámide”, nos cuenta desde las excavaciones que dirige junto a la catedral metropolitana del DF, en el lugar en el que los mexicas fundaron Tenochtitlán. “Dicen que la pirámide está consagrada a la lluvia por el hallazgo de figuras de Tláloc, pero representaciones de ese dios se encuentran en todas partes. En cambio, en su base encontramos muchas figuras de jaguares, que simbolizan el sol y el fuego del inframundo. En edificios adosados se descubrieron Xiuhmolpillis, atados de 52 cañas que simbolizan el tiempo materializado, los 52 años que mediaban entre cada ceremonia del fuego nuevo. Y ahora, en la cúspide nos encontramos a Huehuetéotl. Yo conecto todos esos elementos y me hablan de todo un programa iconográfico, de una pirámide dedicada al fuego o al sol”.

No es el único debate que ha abierto la excavación. Para Sarabia, lo encontrado da pistas de por qué desapareció la civilización de Teotihuacán y lo atribuye ahora sobre todo a disputas internas.

“Cuando alguien pierde el poder los dioses son desacralizados y los templos arrasados. Eso pasó varias veces en la historia de Tehotiuacán. Pero de la última ya no se recuperaron”, cuenta. ¿Y cómo sabemos que fue una guerra civil? “El patrón de destrucción es muy teotihucano. Pero además está el Dios del Fuego, arrojado a la fosa de saqueo: solo a ellos podía no importarles ya aquella figura”, concluye. López Luján discrepa. “La ciudad fue destruida sistemáticamente con fuego, hubo una iconoclastia brutal, se destrozaron todos los símbolos de culto. Si hubiera habido una revolución se habrían destruido solo los símbolos de los gobernantes y sus habitantes hubieran seguido viviendo ahí: por eso creo que fueron pueblos vecinos, hartos de estar sojuzgados”.

Todo son conjeturas. Primero se excava, luego se restauran los objetos encontrados, se limpian y se fijan los pigmentos. En esa fase estamos. Luego hay que hacer informes técnicos y pruebas de carbono 14. En ocasiones se tardan hasta dos años en obtener conclusiones que se puedan publicar en revistas científicas. Y aun así serán teorías. Pero al margen del debate que estos arqueólogos –y amigos- sostienen animadamente por correo electrónico, impresiona examinar la figura de Huehuetéotl. Un día significó mucho para todo un pueblo. Luego fue olvidado y ahora, tras 15 siglos, enigmático, arrugado como un Mr. Magoo milenario, vuelve a hechizar a quienes lo contemplan.

El pasado mes de febrero, tras permanecer por lo menos 14 siglos oculta, se presentaba en sociedad una figura de Huehuetéotl, el Dios del Fuego, hallada nada menos que en lo alto de la Pirámide del Sol, en el complejo de Teotihuacán, una de las grandes referencias arqueológicas (y turísticas) de México y de todo el continente americano. La escultura, de 61 centímetros y casi 190 kilos, es la de un anciano sentado en posición de flor de loto, con las manos en las rodillas, moño, tocado, y coronado por un brasero. El hallazgo despertó un enorme interés entre la comunidad arqueológica. Primero por la cantidad de elementos extraños a su civilización que presentaba, aunque eso puede explicarse porque la ciudad, como Manhattan con su Little Italy o su Chinatown, también acogía a otras colectividades. Pero intrigó sobre todo a los estudiosos porque representara al fuego en un lugar que generalmente se cree dedicado a la lluvia. Y se abrió el debate ¿Cambia su descubrimiento el significado que le dábamos a la pirámide?

“El sentido del edificio no cambia”, cuenta Alejandro Sarabia, arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que dirigió la excavación, desde su oficina, ubicada casi al pie de la pirámide. Con algunos datos más que hace dos meses y la serenidad que transmite la solemnidad milenaria de Teotihuacán, Sarabia sigue pensando que la estructura estaba dedicada a Tláloc, el Dios de la Lluvia. Pero sí admite que la presencia de Huehuetéotl nos da pistas sobre algunos rituales que allí se celebraban. “La pirámide es maciza”, nos cuenta, “no hay cámaras, como si fuera un edificio privado, o tumbas: su función era simplemente elevar el templo, que estaba en la cúspide, por encima de los hombres. Esa figura nos permite deducir que en ese templo se llevaba a cabo la ceremonia del fuego nuevo, cuando coincidían, cada 52 años, el año solar de 365 días, y el ritual, de 260”.

De la civilización de Teotihuacán, que brilló aproximadamente del siglo I al VII de nuestra era, sabemos muy poco. Dejaron una escritura muy simple que apenas ha sido descifrada y los aztecas encontraron su impresionante ciudad prácticamente abandonada. Por eso bautizaron a su gusto la enorme urbe, ya entonces arqueológica, como Teotihuacán, el lugar donde nacen los dioses, y también dieron nombres caprichosos a sus edificios: la calzada de los muertos - porque suponían, erróneamente que estaba flanqueada por tumbas-, la Pirámide del Sol y la de la Luna. Sarabia encabezó en 2012 el primer equipo de la historia que excavó en lo alto de la pirámide con la intención de encontrar restos del templo y responder a dos preguntas: ¿en cuánto tiempo se construyó el edificio? y ¿alcanzó ya los 66 metros de altura que tiene de un tirón, o fue creciendo en construcciones sucesivas?

Las dos primeras preguntas tendrán respuesta en unos meses. Las muestras orgánicas tomadas en la base de la pirámide prueban que comenzó a construirse entre el año 50 y el 70, y ahora Sarabia ha recolectado otras en la cima, que le permitirán deducir, mediante la prueba del carbono 14, cuánto tardó en edificarse. También ha hecho dos calas para saber si la estructura tuvo ya desde el principio la altura original. Se sabe que al menos en una ocasión, en el siglo III, se ensanchó su perímetro, pero no si fue creciendo con los siglos, como la de Luna, donde se ocultan, como muñecas rusas, hasta siete pirámides, una dentro de la otra. En cuanto al templo, no hubo suerte: estaba destruido intencionalmente y saqueado. Pero aun así, en la fosa de saqueo encontró dos estelas lisas, verdes y metamórficas, y la citada figura de Huehuetéotl.

A Leonardo López Luján, director del proyecto arqueológico del Templo Mayor, no le tocó hacer el descubrimiento, pero le da casi más importancia que su colega. “Yo sí creo que cambia el sentido que se le ha dado tradicionalmente a la pirámide”, nos cuenta desde las excavaciones que dirige junto a la catedral metropolitana del DF, en el lugar en el que los mexicas fundaron Tenochtitlán. “Dicen que la pirámide está consagrada a la lluvia por el hallazgo de figuras de Tláloc, pero representaciones de ese dios se encuentran en todas partes. En cambio, en su base encontramos muchas figuras de jaguares, que simbolizan el sol y el fuego del inframundo. En edificios adosados se descubrieron Xiuhmolpillis, atados de 52 cañas que simbolizan el tiempo materializado, los 52 años que mediaban entre cada ceremonia del fuego nuevo. Y ahora, en la cúspide nos encontramos a Huehuetéotl. Yo conecto todos esos elementos y me hablan de todo un programa iconográfico, de una pirámide dedicada al fuego o al sol”.

No es el único debate que ha abierto la excavación. Para Sarabia, lo encontrado da pistas de por qué desapareció la civilización de Teotihuacán y lo atribuye ahora sobre todo a disputas internas.

“Cuando alguien pierde el poder los dioses son desacralizados y los templos arrasados. Eso pasó varias veces en la historia de Tehotiuacán. Pero de la última ya no se recuperaron”, cuenta. ¿Y cómo sabemos que fue una guerra civil? “El patrón de destrucción es muy teotihucano. Pero además está el Dios del Fuego, arrojado a la fosa de saqueo: solo a ellos podía no importarles ya aquella figura”, concluye. López Luján discrepa. “La ciudad fue destruida sistemáticamente con fuego, hubo una iconoclastia brutal, se destrozaron todos los símbolos de culto. Si hubiera habido una revolución se habrían destruido solo los símbolos de los gobernantes y sus habitantes hubieran seguido viviendo ahí: por eso creo que fueron pueblos vecinos, hartos de estar sojuzgados”.

Todo son conjeturas. Primero se excava, luego se restauran los objetos encontrados, se limpian y se fijan los pigmentos. En esa fase estamos.

Luego hay que hacer informes técnicos y pruebas de carbono 14. En ocasiones se tardan hasta dos años en obtener conclusiones que se puedan publicar en revistas científicas. Y aun así serán teorías. Pero al margen del debate que estos arqueólogos –y amigos- sostienen animadamente por correo electrónico, impresiona examinar la figura de Huehuetéotl. Un día significó mucho para todo un pueblo. Luego fue olvidado y ahora, tras 15 siglos, enigmático, arrugado como un Mr. Magoo milenario, vuelve a hechizar a quienes lo contemplan.

http://cultura.elpais.com/cultura/2013/04/20/actualidad/1366432238_427503.html

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