Héctor Santos Ramallo
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A veces siento que tengo tanto, sin tener nada.
Tengo una familia, pero no les pertenezco, ni ellos me pertenecen.
Tengo dos hijos, pero no son míos,
son regalos al universo, o del universo, o tal vez no importa,
son sospechas hechas reconocimiento de que hay un amor que es indecible.
Tengo una mujer, que no es mía, pero ella me enseña día a día
a hacer sublime el amor que siento, eso no es que sea mío,
Si no que eso me hace ser más YO, con tal gracia y dulzura,
que no hay maestro ni dios en esta vida
que me haya enseñado tanto.
Tampoco tengo amigos, no son míos, son solo compañeros de viaje,
compañeros cercanos con los cuales he compartido senderos y paisajes,
otros con los que nos figuramos paisajes y sentires,
y la verdad casi ni se nota la diferencia, o es tan sutil
como un átomo en un microscopio,
una aparente nada, una imaginativa,
pero que todo lo compone.
No tengo un hogar que sea mío, pero muchas veces donde estoy
sea donde sea que haya estado, me he sentido como en casa.
Hay algunos cuartos que esquivo todavía,
pero hay lugares sagrados, que se transforman en luz
cuando me siento bien acompañado.
Nada tengo, y nada me pertenece,
ni pertenezco a algún lugar, aunque hay lugares y lugares,
pero en aquellos en donde más me elevo,
sigo estando en mí, y tal vez no exista otro lugar que ese,
es de esos lugares en donde nada se tiene, salvo a uno mismo,
y desde donde al fin y al cabo,
desde ese centro,
todo bellamente se contempla.
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