domingo, 27 de septiembre de 2009

LA TIENDA DE LAS EMOCIONES

emigalla2000@yahoo.com.ar

Lucía y Antonio eran una pareja de abuelos, pero sin nietos. Un día, lamentablemente Antonio se enfermó y a los pocos meses, falleció. Lucía quedó sola y durante un tiempo no supo cómo continuar su vida hasta que se le ocurrió viajar para conocer el país. Y así lo hizo, cerró su casa y se dedicó a viajar por las provincias, recorriendo los pueblitos uno por uno, aprendiendo muchas cosas nuevas, conociendo gente amable y campechana, y pasando gratos momentos en la compañía de esos amigos circunstanciales que iba acumulando en su peregrinaje.

En uno de los trayectos, llegó a un pueblo pequeño pero muy hermoso, de verdes prados y florecientes jardines. Pocas veces en su vida había visto jardines tan hermosos.

Tanto fue lo que le gustó la zona que decidió vender su casa en la ciudad y comprar una vieja propiedad que hacía tiempo que estaba deshabitada. Lucía al instante se enamoró de la casa, pero comprobó que el jardín, tanto tiempo descuidado, estaba lleno de yuyos y maleza.

No importa, se dijo, aquí se ve que la tierra es excelente y con un poco de dedicación, lo voy a convertir en un hermoso jardín para pasar allí mis tardes y ver el atardecer. Se tomó el trabajo de ir arrancando la maleza, carpiendo la tierra, y allí descubrió que debajo de la maleza aún habían quedado tallos de plantas que alguien alguna vez había plantado en el jardín.

Las regó, las fertilizó y las cuidó. Todos los días les hablaba dulcemente, les contaba de sus vivencias en la ciudad, y ellas eran su compañía. Y le respondían, iban creciendo, recuperándose de a poco y comenzando a ofrecerle regalos en forma de nuevos brotes, flores y pimpollos.

Pasó un tiempo y Lucía notó que su jardín no alcanzaba a mostrar la plenitud que se veía en otros jardines, que ella observaba cuando iba a hacer las compras. No supo por el momento la respuesta, pensó que se debía al tiempo de abandono que había sufrido el jardín.

Y en una de esas salidas a comprar, se desvió de su rutina y pasó al frente de una tienda cuyo cartel decía “Semillería” y más abajo: “Tienda de las emociones”. Intrigada, Lucía se dirigió hacia el negocio. Mientras caminaba se decía... “claro, aquí deben vender esas semillas que hacen que las plantas crezcan tan lozanas y hermosas”.

Entró al local y se encontró con que en realidad, era una tienda que vendía granos de cereal y semillas de toda clase de flores. Le preguntó a la vendedora, mientras elegía los sobres de semillas...

- ¿Por qué a este local le pusieron el nombre de “Tienda de las emociones”?.

- Porque justamente, las semillas que Ud. está eligiendo resuenan con las emociones. La gente de la zona viene a comprarlas cuando quieren iluminar sus jardines, por ejemplo, allí tiene las semillas de la alegría, allá las de la felicidad, en ese estante las de la paz, más abajo las de la piedad, y en fin, de las emociones que Ud. desee... le contestó la vendedora.

- Qué maravilloso! dijo Lucía... ¿Me puedo llevar todas las que yo quiera?

- Por supuesto, le respondió la vendedora.

Y así Lucía se hizo de varios sobres y salió apurada a sembrarlas en su jardín. A las pocas semanas, el jardín de Lucía se mostraba distinto; estaban creciendo las flores de la alegría, de la paz, del ensueño... hasta que el jardín se transformó en una belleza digna de admirar. Lucía estaba encantada y recorría todas sus plantas y mientras las regaba, les hablaba y las animaba a crecer aún más hermosas. Pero de pronto comenzó a notar que había ramitas rotas, flores picoteadas, brotes quebrados.... Lucía se quedó paralizada. Alguien andaba rondando por su jardín y estaba haciendo daño a sus más queridas flores.

Comenzó a levantarse al amanecer y a vigilar atentamente su jardín, hasta que los descubrió. Una bandada de pájaros traviesos pasaba por las mañanas y en sus revoloteos, mientras comían brotes y semillas, dejaban a las flores maltratadas debido a sus aleteos y sus juegos y persecuciones entre ellos.

Lucía se indignó, y esa misma mañana tomó una ramas y unas ropas viejas y armó un espantapájaros, con sombrero, ropas que le colgaban, y piolines que se mecían al viento para que las aves se asustaran y se alejaran de su amado jardín.

Al otro día, se levantó muy temprano a espiar a la bandada revoltosa. Llegaron, se posaron sobre el espantapájaros y siguieron haciendo los destrozos como de costumbre. Los pájaros parecían no haberse enterado que el muñeco estaba puesto para darles miedo, y al contrario, jugaban y se divertían con él.

- Estos pájaros no conocen el miedo, pensó Lucía. Tengo que encontrar la forma de espantarlos... y allí se le ocurrió una idea.

Esa misma tarde, Lucía se dirigió a la Tienda de las Emociones. Buscó entre los estantes, y revolviendo encontró unos sobres que decían “Semillas de la angustia”, “Semillas de la tristeza”... y siguió buscando hasta que descubrió la solución: “Semillas del miedo”. Tomó dos sobres y se dirigió a la caja, pagó el importe y se fue a su casa, pensando... “Ya van a ver esos pajarracos...”.

Al otro día, luego de espantar a la bandada traviesa, hizo un surco a un costado del jardín y sembró las “Semillas del miedo”; luego se dirigió al otro costado, e hizo lo mismo, sembró el otro sobre que había comprado. Luego regó los surcos y contenta porque así pensaba que estaba protegiendo a sus plantas, se fue a prepararse la cena porque se hacía tarde.

Pasó una semana, y sin embargo, todo estaba igual. Y otra semana. A la tercera semana, comenzó a notar que sus hermosas plantas estaban desmejorando, como decaídas. Lucía se alarmó, cortó los brotes secos y volvió a fertilizar a cada planta. Pero no, las semillas del miedo no germinaban mientras que las plantas parecían que iban camino a secarse. Y la bandada, como todos los días, o tal vez, peor, alborotando y destrozando todo a su paso.

De pronto, indignada, dejó las herramientas, tomó los sobres que habían quedado abandonados en el galponcito y fue muy enojada a la Tienda de las Emociones. Allí encaró a la empleada y le contó lo sucedido.

- Quiero que me devuelvan mi plata y además, que me indemnicen porque además mis otras flores se están secando! Reclamó a la empleada.

No entiendo cómo Uds. venden semillas que no germinan y encima, no sé lo que ponen en el sobre que está haciendo que mis flores se marchiten! Dijo Lucía enojada.

La vendedora quedó un momento en silencio y luego preguntó:

- Ud. es nueva en el pueblo, verdad, ¿Señora?

- Sí, soy nueva, y eso ¿¿¿que tiene que ver??? dijo Lucía.

- Mucho, le explico... Las semillas del miedo nunca deben ser plantadas en su jardín, en todo caso, servirían para sembrar en el cerco que rodea su casa. Por otra parte, crecen, aunque Ud. no las vea, se enraízan en la tierra y atacan a las flores de la alegría, del encanto, de la felicidad...

- ¿Y porqué no salen a la superficie? Preguntó Lucía, sorprendida.

- Pues, porque tienen miedo, porque asomarse a la realidad de la vida las hace desaparecer.

- ¿Y ahora, qué hago? ¿Cómo puedo rescatar a mi hermoso jardín? Por favor, explíqueme... dijo Lucía con expresión desesperada.

- Es sencillo señora, no tema, pero deberá buscar las semillas que Ud. misma plantó y retirarlas una por una hasta terminar. No debe quedar una sola, porque se reproducen. Cuando haya arrancado todos los bulbos que se formaron, verá que de a poco, solito, su jardín volverá a florecer como siempre.

Lucía se quedó pensando... y le dijo a la vendedora:

- ¿¿¿Y la bandada, cómo hago para que esa bandada deje de destrozar mi jardín???.

- Ponga un plato con granos de cereal en el patio y además un recipiente con agua fresca; verá que la bandada se convertirá en sus compañeros amigables, y le darán alegría con sus trinos y sus juegos, y ya no volverán a sus flores. No se oponga a la bandada, le estará dando más poder. No se olvide, arranque de a uno todos sus miedos y hágase amiga de sus enemigos... aliméntelos con amor, es la mejor solución. A todos nos ha pasado ya en este pueblo. Verá que da resultados inmejorables...

Emilio

27 – 09 -2009

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