Bertha Martinez – amureen@gmail.com
17 de marzo, 2012
Dos son los motivos históricos del asesinato de Jesús: los religiosos y los políticos; lo condenaron por blasfemo y lo ajusticiaron como rebelde político. Ambos motivos se fundamentaban en la idea de Dios y del Reino de Dios que predicaba Jesús.
Veamos en primer lugar la acusación de blasfemo.
Jesús ciertamente había presentado un Dios diferente al de la religión oficial de su tiempo. Aquellos profesionales de la religión habían querido encasillar a Dios, encerrándolo en el templo, en sus leyes cuadradas y minuciosas, en sus ritos y en sus fiestas. Así se imaginaban que tenían a Dios bajo su poder. Pretendían inmovilizar al que es la misma vida: Dios no debía trabajar en sábado. Dios tenía que desprestigiar y castigar a los que no conocían la ley; Dios debería contentarse con los sacrificios de animales y el incienso que ellos le ofrecían. Dios tenía que mirarlos a ellos como justos y a los que no eran como ellos como pecadores. Escribas y fariseos eran los constructores de lo sagrado: un espacio y un tiempo para Dios. Fuera de esas normas, fuera de lo sagrado, no se podía encontrar a Dios ni rendirle culto dignamente.
Jesús, en cambio, suscita una verdadera revolución en torno al concepto de Dios. Su Dios es distinto, imprevisible, desconcertante. No sabes de donde viene, ni a dónde va.
Según el Dios de Jesús, los que parecían buenos no lo son; los que parecían malos, son bendecidos. La pecadora que se arroja a los pies de Jesús queda justificada, mientras que el fariseo, dueño de la casa, queda desacreditado (Lc 7,36-50). No condena a la mujer adúltera, pero los presentes acusadores huyen avergonzados (Jn 8,1-11). Los despreciados publicanos y prostitutas son puestos por delante de los piadosos fariseos (Mt 21,31). No se nos pone como ejemplo al sacerdote ni al levita, sino al samaritano, siempre mal visto por los judíos (Lc 10,30-37). La alegría de los ángeles es mayor por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan penitencia (Lc 15,7). Así el hijo pródigo, que se va de la casa y malgasta la herencia, es preferido al "buenito" (Lc 15,12-32). El fariseo sale del templo sin justificarse, mientras que el publicano es bien visto por Dios (Lc 18,10-14). La viuda pobre agrada más a Dios con sus centavos, que los ricos que dan para el templo grandes sumas de dinero (Lc 21,1-4).
En definitiva, Jesús rechaza a los fariseos, a los observantes (Lc 11,39-54), mientras se hace amigo de los pecadores, de los despreciados, de los enfermos. Es que lleva dentro a un Dios desconcertante, muy distinto del Dios cuadriculado en el que creen los piadosos de la época. No había manera de entenderse. Cuando Jesús hablaba de Dios, no se refería al Dios que imaginaban los fariseos. El Dios de Jesús es un Dios de vida, de libertad, de amor.
Jesús desenmascaró el sometimiento del hombre en nombre de Dios; desenmascaró la manipulación del misterio de Dios con base en tradiciones humanas; desenmascaró la hipocresía religiosa, que consiste en considerar el misterio de Dios como alivio para desoír las exigencias de justicia. En este sentido los poderes religiosos entendían correctamente que Jesús predicaba un Dios opuesto al suyo.
Jesús les presentaba al Dios que se acerca en gracia; al Dios que se da porque es amor, porque él así lo quiere, gratuitamente. Los fariseos, en cambio, pensaban que Dios se les entregaba como justa recompensa por sus buenas obras.
Según Jesús, el lugar privilegiado para acercarse a Dios no es el culto, ni la ciencia, ni siquiera sólo la oración, sino el servicio al necesitado. Los fariseos, en cambio, despreciaban a los pobres en nombre de Dios, justamente porque no sabían ni podían darle culto según sus leyes minuciosas y exigentes.
La solidaridad de Jesús con los "impuros", que según los fariseos eran todos los pobres, era algo que la piedad oficial no podía tolerar: iba contra la ley...
Por ello parece que Jesús llegó a la conclusión de que escribas y fariseos, con todas sus teorías, no tenían ni idea de quién es Dios. El les dice: "Es mi Padre quien me honra, al que ustedes llaman su Dios, aunque no lo conocen. Yo, en cambio, lo conozco bien" (Jn 8,55). "Ustedes nunca han oído su voz ni visto su figura; ni tampoco conservan su mensaje entre ustedes" (Jn 5,38).
Esta diferencia radical de ideas sobre Dios lleva a los judíos a decidir matar a Jesús: "No te apedreamos por nada bueno, sino por una blasfemia; porque tú, siendo un hombre, te haces Dios" (Jn 10,33). Jesús fue mirado como blasfemo porque su concepción de Dios no sólo era distinta a la de los judíos, sino completamente opuesta. Lo que Jesús decía de Dios ofendía la sensibilidad religiosa de los fariseos.
Jesús es condenado por blasfemo (Mt 26,65-66), porque en vez de decirrnos que miremos al cielo para descubrir a Dios, nos muestra a Dios en medio de los hombres, en la vida diaria y profana. En la vida de los hombres es donde se proyecta el amor de Dios. Pero los fariseos rechazan esa presencia de Dios; ellos creen que Jesús blasfema de "su" Dios (Mt 9,3) y se sienten en la obligación de acallarlo.
El conflicto de Jesús con los representantes de la religión judía era, pues, muy profundo. Ello lo llevó a la cruz. Pero la cruz como la consecuencia de la concepción de Dios que tenía Jesús mantendrá siempre en pie el problema de quién y cómo es el verdadero Dios. Es desde la cruz desde donde hay que preguntarse quién es el verdadero Dios, el de los fariseos o el de Jesús.
J.L.Caravias
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Cuando una banda de visionarios se une para empujar los límites del universo conocido, abren de par en par las puertas atascadas de la evolución para todos....
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