JOSÉ ANTONIO CAMPOY - Parte 1
Capítulos 1 y 2
NOTA: Gracias a Christian Maruri puedo compartir
este fabuloso material. Alexiis
PRÓLOGO
LA OPINIÓN DE FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ.
Siempre he pensado que los libros solos se presentan, y éste, como el lector comprobará enseguida, más que ninguno, donde las cosas están –decía Ortega- huelga contarlas. Y más huelga aún, añado yo, repetirlas. Lo que José Antonio Campoy ha escrito está, efectivamente, lleno de cosas, y de seres humanos, y de seres no humanos (o, por lo menos, no terrícolas), y de preguntas, y de respuestas y de incitaciones al lector para que salte las bardas de su corral y se aventure por el movedizo terreno de las cuestiones fuera de límite que desde la más remota noche de los tiempos han preocupado y, a menudo, atormentado, en el seno de todas las culturas y ámbitos de vida, a nuestros antepasados, coetáneos y semejantes. Esas cuestiones –viejas, reviejas y requeteviejas- son tres: ¿quiénes somos?, ¿adónde vamos?, ¿de dónde venimos? No existen, por definición, preguntas de más urgente respuesta en lo tocante a la búsqueda (tan generalizada como –en la mayor parte de los casos- frustrada) y obtención de la felicidad. Alcanza ésta únicamente quien descubre eso que se llama sentido –o norte- de la existencia. No conozco otro camino, por la sencilla razón de que, probablemente, no lo hay. El libro de Campoy intenta, y consigue, desbrozar y roturar parcialmente ese camino.
Fiel, como lo soy, a la convicción expresada en las dos primeras líneas de este prologuillo, pongo las manos por delante y me apresuro a manifestar que no albergo la más mínima intención de añadir glosas, comentarios, enmiendas o puntos sobre las íes a las sorprendentes aseveraciones de origen extraterrestre que dan cuerpo, y cabeza, y corazón, y sístole y diástole, al volumen que ahora tienes, lector, ante tus ojos, pero sí me gustaría decir algo a cuento del amigo y, en cierto modo, cofrade que lo ha alumbrado en silencio y en sordina, sin prisas y sin pausa, entre bastidores y pisando, por así decirlo, y sin que yo lo supiera el dudoso, quebradizo, resbaladizo y translúcido límite que no separa, sino que re-liga el más acá y el más allá del universo, de la energía y de la conciencia.
Se publican últimamente muchos libros de talante pretendidamente similar al que inspira y arropa la obra que Campoy nos propone. Es el soplo, el viento, el magnetismo de lo que algunos llaman Nueva Era. Abundan, al parecer en estos tiempos de insatisfacción, de crisis, de búsqueda de otro paradigma (que no termine en atolladero) y de supermercado espiritual las gentes que dialogan con ángeles, demonios, alienígenas, vírgenes negras o blancas, hermanos mayores, maytreyas, jinetes del Apocalipsis, reyes del mundo, y en general seres más o menos sobrenaturales.
Algunos de esos libros dicen unas cosas, otros postulan las contrarias –todas ellas son, por lo general, indemostrables- y el lector, al final, se queda tan perplejo como lo estaba antes de acometer esas lecturas y de meterse en esas harinas. No es fácil, desde la sensatez, prestar oído, dar pábulo y conceder fiabilidad a tales consejos.
¿Por qué, entonces, tengo yo la impresión, después de haber devorado con singular apetito el de profundis escrito por Campoy de que esta vez lo que se nos cuenta es escrupulosamente cierto?.
Nota bene: cierto, quiero decir, por lo que hace a la sinceridad de quien lo escribe, no al contenido de las sorprendentes informaciones y peregrinas afirmaciones que el misterioso personaje venido de otros mundos por vía de ouija va suministrando al autor. Pero es éste, sin necesidad de que los lectores se lo reclamen, quien donosamente se cura al respecto en salud y pone las manos por delante avisándonos de todas y cada una de las hipótesis desjarretadoras que los escépticos – él mismo lo es- podrían aducir para buscarle cinco pies al gato de la presunta extraterritorialidad de las conversaciones galácticas que aquí se transcriben y bajarle los humos a su índice de credibilidad y veracidad. Esa actitud honra al autor y desbarata de antemano cualquier crítica malévola que desde la óptica racionalista, materialista y reduccionista del cientificismo hoy en boga quepa formular.
Reanudemos el hilo del discurso donde lo dejamos antes de que se me cruzara esta apostilla. Había yo empezado a decir (o, por lo menos, tal era mi propósito) que el libro de Campoy va, por lo que a mí se refiere, a misa mayor con campanas de lujo, turíbulos de largo, aliento y profusión de canónigos, y ello –insisto- no por lo que se dice, que vaya usted a saber, sino por la autoridad de quien lo dice. Conozco a Campoy desde hace muchos años, hemos intervenido juntos en no pocas batallas de cariz gnóstico y esotérico, hemos reflexionado al alimón en infinidad de ocasiones públicas y privadas sobre asuntos lindantes con los que en este libro se manejan, hemos confluido –siempre para lo mismo- en bastantes zonas de cortocircuito de la espiritualidad ibérica y puedo dar fe de que, entre todos nosotros (los de las cohortes esotéricas), Campoy es, a distancia, el wishful thinking (profundo deseo), el más parecido al apóstol que se negó a admitir la resurrección de Jesús, si no metía los dedos en sus llagas. Pongo, pues la mano en el fuego por él, por Campoy, y proclamo notarialmente que no me cabe ni la sombra de una duda acerca de la honradez de su testimonio.
Eso sí: algunas de las cosas que su interlocutor aduce a propósito de temas tan palpitantes como lo pueden ser el aborto o la resurrección de Jesús, pongo por caso, irritan, levantan ronchas en las convicciones de quienes luchamos con las armas del conocimiento –no con las de la fe- por el feliz parto de un nuevo paradigma espiritual y dan sobrado pie a muchas y muy sabrosas controversias que, a buen seguro, no tardarán en desatarse. Que los dioses del tercer milenio pillen confesado a José Antonio Campoy. Va a necesitar suerte y, desde aquí, yo, de corazón, se la deseo.
Nada más. Respira hondo, lector, que vienen curvas, y agárrate a la balaustrada. Empieza ahora un viaje al exterior que, strictu sensu, termina en tu interior. Al toro...
INTRODUCCIÓN
Este libro no es una novela ni una obra de ficción. Todo lo que aquí se narra, hasta en los más pequeños detalles, responde rigurosamente a lo acontecido. He intentado, incluso, eliminar la posibilidad de que hubiera introducido –siquiera fuera de forma inconsciente- cualquier dato, frase o afirmación que no se ajustara con exactitud a los hechos, tanto en lo que se refiere al relato de su desarrollo como al contenido de la entrevista que compone el núcleo central de esta obra, cotejándola, una vez concluida su redacción definitiva, con todas y cada una de la personas que estuvieron presentes durante su elaboración.
Núcleo central que se resume de manera sencilla: en ella plasmo la entrevista que, durante algo más de dos años, y a lo largo de distintas sesiones de varias horas cada una, se supone que he mantenido telepáticamente con un ser humano que afirma encontrarse en un peldaño evolutivo superior al del actual hombre de la Tierra y que asegura vivir en un planeta de la constelación de Centauro.
Quisiera llamar la atención del lector sobre el hecho de que, sin prejuzgar lo que personalmente piense sobre el asunto, ya desde esta primera explicación, en mi intento de ser ecuánime, he dejado claro que la extensa entrevista que va a leer en esta obra “se supone” que la he mantenido con un ser extraterrestre y que es él quien “afirma” y “asegura” todo lo mencionado. ¿Y por qué tanta precisión, se preguntará usted? Pues porque quiero dejar diáfanamente claro algo muy simple: yo jamás he visto físicamente a mi interlocutor, ni tengo lo que cualquier persona racionalista entendería como “pruebas fehacientes irrefutables”.
Dicho esto, tengo también que añadir que si lo que en este libro plasmo no tuviera verosimilitud alguna y si la experiencia no fuera, a mi juicio, cuando menos merecedora de un serio, riguroso y profundo estudio de investigación y análisis por expertos más cualificados que yo, no le hubiera dedicado tantas horas de trabajo durante los últimos dos años y medio de mi vida, máxime a sabiendas de que arriesgo –soy plenamente consciente de ello- mi prestigio profesional y personal.
Y como quiera que algunas personas pueden pensar que detrás de todo esto no puede haber, ante lo que sin duda considerarán un disparatado montaje, una obra de ciencia ficción de estilo orweliano o el delirio fantasioso de una mente exuberante, otra razón que la económico, añadiré que desde el mismo momento en que propuse la realización de esta entrevista a los miembros del Grupo Aztlán, renuncié explícita e irrevocablemente a los derechos de autor que toda obra conlleva por ley, cediéndoselos íntegramente. Lo que ya adelanto para que los escépticos por naturaleza –actitud que, por cierto, me parece más aceptable y acertada que la de los crédulos “per se”, grupo ampliamente mayoritario en nuestra sociedad- puedan centrar sus esfuerzos en buscar otras razones de lo que probablemente consideren una constatable muestra de inconsciencia o inmadurez.
Bien. He mencionado a un colectivo, conocido hoy ya por muchos miles de españoles, pero que probablemente nunca ha oído mencionar la inmensa mayoría de quienes lean esta obra. Y, sin embargo, su conocimiento es imprescindible para comprender lo que a continuación se va a exponer. ¿De quiénes estamos, pues, hablando? Pues, sencillamente, de un colectivo de personas que, agrupados bajo el nombre de Grupo Aztlán, afirman venir manteniendo –desde hace ya casi veinte años- contacto telepático con seres extraterrestre que habitan en un planeta que orbita alrededor de la estrella Alfa B, en la constelación de Centauro, a poco más de cuatro años-luz de distancia de la Tierra. Grupo que en la actualidad se halla compuesto por ocho personas, si bien tanto el número de sus integrantes como la identidad de los mismos ha ido variando a lo largo del tiempo, y que hasta Julio de 1990 jamás había salido a la luz pública, guardando un discreto anonimato que no romperían hasta ese mismo año –tras casi doce años de silencio y trabajo en la sombra-, cuando concedieron a la revista Más Allá de la Ciencia, que me honro en dirigir desde su creación en 1989, su primera entrevista.
Sus actuales componentes –que hasta hace bien poco resguardaban en privado sus nombres- son María Pinar Merino, Luis Arribas, Jordi Mangrané, Pilar Trancón, Maíta Cordero, Mariano Zorrilla, Blanca Siñériz y Adolfo Morente.
Como es fácil de colegir, la información recibida durante tantos años es variada y extensa, y me consta que está siendo recopilada y agrupada por temas a fin de poder darla a conocer. En cualquier caso, hasta el momento de ver la luz esta obra el Grupo Aztlán ha publicado bajo el título genérico de “Los Manuscritos de Geenom” –I, II y III-, tres volúmenes: “Terrestres, esta es la historia (Abril de 1993), “El hombre, célula cósmica” (Febrero de 1994) e “Inducciones” (Noviembre de 1994), además de un cuarto libro sobre la historia de su contacto: “Relatos y reflexiones desde las estrellas” (Marzo, 1997), teniendo en preparación una recopilación de cuentos, así como otros cinco volúmenes sobre diversos aspectos de “La Ciencia del Yo”. Paralelamente, editan desde el año 1994 una revista bimestral –Generación 4.4- que sólo puede obtenerse mediante suscripción anual.
Decir, por último, que en los dos últimos años han desarrollado una labor de difusión más directa sobre temas puntuales mediante la organización de congresos a lo largo y ancho de toda la geografía nacional, actividad que se ha ampliado en 1996 a la realización de cursillos y seminarios sobre diversas materias.
CAPÍTULO 1
CLAVES DE LA ELABORACIÓN DE ESTA OBRA
Las sesiones que han permitido conformar el presente libro se desarrollaron fundamentalmente entre los meses de Julio y Septiembre de 1994 y son consecuencia de la ampliación de las tres primeras reuniones que, realizadas a finales de 1992, dieron origen a un extenso artículo de 16 páginas publicado en el número 48 de la revista Más Allá de la Ciencia –correspondiente al mes de Febrero de 1993-, que en su día generó una expectativa realmente inusitada. Con posterioridad al otoño de 1994, y a lo largo de los años 1995 y 1996, se celebraron diversas reuniones más, algunas de aclaración, otras de ampliación.
El texto final de la entrevista –tal como aparece en este libro- es, en consecuencia, el fruto de aquellas sesiones de trabajo; sin embargo, y lógicamente, no aparecen en el mismo orden en que fueron realizadas. La razón es simple: a lo largo de las sesiones se habló aleatoriamente de multitud de temas y las preguntas fueron formulándose de forma improvisada en función de las respuestas. Respuestas que, al ser introducidas en el ordenador y meditadas, suscitaban nuevas interrogantes que en bastantes ocasiones plantearía en ulteriores sesiones. Desgraciadamente muchas menos de la que hubiera deseado hacer porque lo cierto es que cada respuesta que se me daba provocaba en mí más y más aclaraciones.
Pronto comprendí, pues, que si quería abarcar un amplio abanico de aspectos me vería obligado a dejar constantemente interrogantes en mi mente –y en la de los lectores-, perdiendo en profundidad pero ganando en multiplicidad temática. Aseguro que no fue fácil adoptar esta decisión y que me mordí mentalmente los labios en multitud de ocasiones para lograrlo. Pero era consciente de que lo mismo que se me había brindado una oportunidad excepcional, yo no podía de ninguna manera esperar que los miembros del grupo, quitando horas al sueño, se reunieran indefinidamente todas las semanas durante varias horas, hasta las tantas de la madrugada, y eso a lo largo de meses y meses, sólo para satisfacer mi curiosidad y acceder a mi proposición de convertir aquella entrevista publicada en Más Allá de la Ciencia en un libro de mayor alcance. Porque los miembros del grupo tenían, obviamente, sus propios trabajos a desarrollar y mi presencia semanal durante meses limitaba –cuando no impedía- su realización.
No se extrañe el lector, pues, si a lo largo de la entrevista se queda con mil preguntas y mentalmente su indignación para conmigo crece porque no haya profundizado en aquello, aclarado lo otro o “protestado” por lo de más allá. Porque esa misma sensación – esté el lector seguro- la he padecido yo. Y, en ese sentido, debo también aclarar que el hecho de que sólo en raras ocasiones haya mostrado dudas, incertidumbres, recelos o, sencillamente, malestar por las respuestas, no se debe a que asumiera las mismas desde el principio como ciertas o creyera sin más en la veracidad de lo que se me manifestaba, sino en razón del respeto debido que creo se debe tener a quien se entrevista –independientemente de quien sea y lo que manifieste-. Es más, muchas de las respuestas que recibí chocaban abiertamente con las creencias que quien suscribe tenía en el momento de plantear las preguntas. Y hablo en pasado porque he de confesar abiertamente que esta experiencia ha movido en mí resortes profundos que han modificado, en bastantes aspectos puntuales, algunas de mis convicciones de entonces, siendo consciente –y así lo han percibido muchos de quienes me rodean en mi entorno familiar, social y profesional- de que en los últimos dos años se ha producido en mí un cambio evidente en mi manera de ver y entender la vida, variando notablemente, incluso, mi carácter.
En definitiva, y retomando mi explicación, la entrevista ha sido elaborada agrupando los diálogos por temas –desarrollados en fechas distintas- y dando a los mismos un orden cronológico que he intentado respetar siempre que ha sido posible, procurando paralelamente que los conceptos se comprendieran antes de profundizar en explicaciones más complejas. Todo ello con la exclusiva intención de facilitar la comprensión de la lectura, lo que confío haber conseguido.
Debo decir también que, en algunas ocasiones, al hacer las preguntas, se me indicó que las correspondientes respuestas podía encontrarlas en algunos de los libros ya publicados por el grupo o en alguno de los contactos que a lo largo de los años habían mantenido, sugiriéndome mi interlocutor que no había problema en recoger aquella información y ponerla en su boca en forma de entrevista ya que, a fin de cuentas, había sido él quien la había transmitido aunque fuera en otra ocasión. Y, en cuestiones puntuales, así lo hice.
Ahora bien, tanto para que el texto guardase la necesaria correlación histórica en el tiempo como para lograr su agrupamiento temático y una conveniente uniformidad literaria, he debido reelaborarlo, si bien respetando con escrupulosidad el contenido de las respuestas. En todo caso, y para tener la certeza de que no cometí un desliz involuntario, cotejé al finalizar la compilación y ordenación de la entrevista con cada uno de los miembros del grupo, a quienes pasé una copia completa del manuscrito para su lectura; y he de decir que, salvo media docena de correcciones en cuestiones de matiz, quedó claro que lo recogido en él se ajustaba perfectamente a lo manifestado por mi entrevistado.
He de añadir, para finalizar este capítulo aclaratorio, que concluidas las sesiones de entrevistas para el libro, fui invitado a asistir –en calidad de “alumno”- a un “curso académico” que iba a tener lugar en el clásico periodo lectivo de nuestro país, esto es, entre los meses de Octubre de 1994 y Junio de 1995. Presuntamente, por supuesto, con diferentes profesores, todos ellos del mismo planeta de Geenom: Apu. No pude –no quise- resistir la tentación. Y así, durante nueve meses – paréntesis obligado por las vacaciones navideñas y Semana Santa incluidas- y de once de la noche a tres de la madrugada, acudí puntual cada martes a las clases en compañía de mi mujer, Carmen, los ocho miembros del Grupo Aztlán y otros cuatro alumnos igualmente invitados. Las asignaturas del curso tenían títulos realmente sugerentes: “Energías”, “Medicina psicosomática”, “Psicología transpersonal” y “Filosofía holográfica”. Pues bien, debo decir sin ambages que aprendí tanto – disfrutando - en aquellos nueve meses, que en Octubre de 1995 mi mujer y yo nos apuntamos sin pensarlo al segundo curso –de Octubre de 1995 a Junio de 1996-, en el que se nos impartieron clases de “Capacidades mentales”, “Medicina energética”, “Pedagogía” y “Psicología grupal”.
Bien. Dicho esto, debo manifestar igualmente que a fecha de hoy sigo ignorando cual es en realidad la fuente de la información recibida. No estoy en condiciones de afirmar –ni de negar- nada. Salvo una cosa: ninguna de las catorce personas que asistíamos a las clases –todas inteligentes y de elevado nivel de formación- podríamos haberlas impartido; y ello, sencillamente, porque superaban en mucho nuestros conocimientos.
¿Y por qué esta aclaración? Pues, en primer lugar, porque en la entrevista de este libro no va a encontrar el lector nada sobre el contenido de los cursos, ya que a los presentes se nos rogó que no utilizáramos ese material hasta que aparecieran los cinco libros que sobre la “Ciencia del Yo” están preparando los miembros del Grupo Aztlán con la información recibida, no ya sólo durante esos dos cursos, sino durante los casi dieciocho años anteriores, tal como adelanté en la introducción. Y segundo, porque de la misma manera que debo decir que la asistencia a esas clases me permitió comprobar la realidad innegable del fenómeno y descartar cualquier posibilidad de fraude, pude además constatar la calidad y profundidad de la información.
Ahora bien, ¿implica eso que fueron impartidas las clases por quienes se autopresentaron, esto es, por personas que habitan en un planeta llamado Apu, mucho más evolucionado que la Tierra? Permítame el lector que mi opinión al respecto me la reserve hasta el capítulo final de la obra, ya que de esa manera podrá leerla sin condicionamiento mental alguno.
CAPÍTULO 2
EL MÉTODO DE COMUNICACIÓN
Supongo que, antes de conocer el contenido de la entrevista, el lector tendrá interés en saber cómo se desarrollaron las sesiones de contacto. Por mi parte, al menos, juzgo de interés explicarlo a fin de que las personas no versadas en este tipo de experiencias tengan los máximos elementos posibles para valorar lo que aquí se narra.
Dicho esto empezaré diciendo que las sesiones se desarrollaron, alternativamente, en los domicilios de Luis Arribas y Jordi Mangrané, ambos en la madrileña localidad de Torrelodones, y que a las mismas sólo asistieron los ocho miembros del Grupo Aztlán, mi mujer –Carmen- y yo mismo, aunque en alguna ocasión posterior, cuando acudí para solicitar alguna aclaración o ampliación de información, hubo otros invitados presentes.
He de decir también que, contra lo que algunos pudieran pensar, durante las mismas no tiene lugar ritual ni parafernalia de ninguna clase, ni se respira sensación de misterio o misticismo. El ambiente es, por el contrario, el corriente de cualquier reunión de amigos que se sientan alrededor de una mesa para conversar o jugar a las cartas. Las luces no se atenúan, no hay música mística o pretendidamente espiritual de fondo, nadie se disfraza con ropaje alguno, no se quema incienso ni se encienden velas, ni se recitan oraciones. Antes bien, uno puede oír el ruido de los coches circulando por la calle –afortunadamente pocos al ser una urbanización privada-, escuchar ladrar a los perros en el jardín o ser interrumpidos por los niños, que a veces entran en el salón a pedir alguna cosa a pesar de que saben que sus padres les han pedido que procuren no molestar cuando están comunicando con sus amigos extraterrestres... Ni siquiera se desconecta el teléfono para evitar interrupciones, lo que por cierto sucedió varias veces, principalmente para atender entrevistas previamente concertadas con diversas emisoras desde radio de toda España.
Una vez sentados los asistentes alrededor de la mesa, la sesión se inicia simplemente con la petición de silencio para poder relajar las mentes durante unos segundos –diez o quince por lo general son suficientes- y, a continuación, dos de los miembros del grupo ponen sus dedos encima de un vaso de cristal que se halla encima de un tablero de ouija. Y, aunque se me ha explicado que cualquiera de ellos podría hacerlo, son María Pinar Merino y Luis Arribas quienes habitualmente actúan como canales porque sus frecuencias vibratorias mentales se encuentran en mayor afinidad y, en consecuencia, sus ondas están más “pulidas”. Lo que no obsta para que, cuando alguno de los dos se encuentra ocasionalmente ausente, otro miembro del grupo ocupe su lugar.
Imagino que el lector se estará preguntando qué he querido decir con que sus “ondas” están más “pulidas”. Y como entiendo que es un interrogante importante, merece que nos detengamos un momento en responderla. Bien. Desde el principio se me explicó que la comunicación que el grupo mantiene con quienes se identifican como habitantes del planeta Apu se realiza a nivel mental, mediante telepatía. Y el argumento que dan no deja de tener su lógica: “Muchos escépticos –me explicarían- nos dicen que si los extraterrestres con los que contactamos están tan avanzados, como es que no utilizan sofisticados aparatos para establecer la comunicación. Pero quienes así piensan no se dan cuenta de la incongruencia de su formulación. Y es que como vivimos en una era de impresionante desarrollo tecnológico, especialmente en el campo de las telecomunicaciones y la informática, creen que una civilización mucho más desarrollada que la nuestra debe, consecuentemente, poseer unos superavanzadísimos sistemas tecnológicos de comunicación interespacial. Cuando, para ellos, lo que nosotros llamamos tecnología futurista en ese terreno es algo que superaron hace miles de años. ¿Cómo? Pues mediante la telepatía, mediante la comunicación mental. Porque, ¿qué sentido tiene utilizar un aparato cuando tu desarrollo evolutivo como ser humano te permite comunicarte de forma instantánea con cualquier otra mente inteligente del universo? ¿Te das cuenta del absurdo?”.
¿Qué responder ante eso? Nada. Sí era necesario aclarar, sin embargo, cómo es posible que esa comunicación telepática se desarrolle mediante un sistema en principio tan burdo –al menos, en apariencia- como la ouija, utilizada fundamentalmente durante décadas para presuntos contactos espiritistas, tan frustrantes en la mayoría de los casos. Y la respuesta a esta duda requirió de varias aclaraciones.
Y así, me explicaron primero que todo el misterio y la magia de las que se ha rodeado a este instrumento es pura ficción y que el vaso no se mueve solo, ni debido a energía fantasmal alguna, ni mediante la “energía mental” de los presentes, ni porque lo haga desplazarse energéticamente un espíritu desencarnado; y que, si no hay truco fraudulento –que hay quien lo comete-, el vaso se mueve, simple y llanamente, porque las personas que ponen el dedo encima... lo empujan. Y punto.
Desmitificadora afirmación que ampliarían: “Lo que sucede es que ese movimiento, que se ejecuta con los dedos índices de las manos colocados sobre el vaso invertido es inconsciente, es decir, no interviene para nada el consciente. Hace ya años nos dijeron que el inconsciente es el encargado de regular todos los procesos automáticos del ser humano, como los de funcionamiento de los distintos órganos, la respiración, la circulación sanguínea, la metabolización de los alimentos, etc., que el organismo realiza sin que estemos pendientes de ello. Es decir, uno no se ocupa conscientemente de todas esas funciones; es más, la mayor parte de los seres humanos ni siquiera sabrían explicar cómo funciona su organismo y, sin embargo, la parte inconsciente de su mente, a través del cerebro, es la que da las instrucciones para todo ello. Pues bien, en este caso ocurre lo mismo. El mensaje telepático –vía glándulas pineal y pituitaria- es decodificado por el inconsciente del receptor, cuyo cerebro, de forma automática –e, insisto, no consciente- ordena los impulsos neurológicos y fisiológicos que hacen que la mano vaya de una a otra letra. Y como el mensaje que se recibe es idéntico, las dos o más manos que se apoyan sobre el vaso se dirigen simultáneamente al mismo punto. Ese es todo el misterio. La ouija, en consecuencia, es un mero “instrumento” decodificador del que se sirve el cerebro para ‘traducir’ el mensaje telepático recibido. No hay misterio ni magia. Es hora, por tanto, de desmitificarla”.
“Ahora bien –añadirían-, otra cosa es el ‘origen’ del mensaje. Porque al ser un simple instrumento, lo que se decodifica puede tener diversos orígenes, diversas fuentes de emisión. Y ahí está el problema. Es decir, a través de la ouija puede recibirse el mensaje telepático de otro ser humano de la Tierra, de un espíritu desencarnado, manifestarse el subconsciente de uno o varios de los presentes, proceder la información del inconsciente colectivo, del llamado registro akáshico o, ¿por qué no?, de un ser humano vivo que emite su mensaje desde otro planeta; nos han dicho siempre que para la telepatía las distancias no existen, que la transmisión es prácticamente inmediata. El problema, pues está en saber discernir si quien se identifica es realmente quien dice ser, porque un desencarnado, por ejemplo, lo mismo puede hacerse pasar por un personaje histórico famoso fallecido que por la Virgen o por un extraterrestre. Pero esa es otra cuestión.”
Dejemos aquí la explicación. El lector podrá conocer con mayor profundidad el proceso de transmisión telepática y tener respuesta a muchas de las dudas que seguramente le habrán surgido, leyendo la entrevista.
En todo caso, lo dicho es suficiente para explicar someramente que el “canal” que ha de ser “limpiado” o “pulido” no es sino la “onda” de emisión-recepción. Y, en ese sentido, conviene adelantar que –siempre según se le explicó al grupo- cada ser humano posee una frecuencia mental única y exclusiva, como únicas y exclusivas son sus huellas dactilares; de ahí que un ser humano mucho más evolucionado pueda “sintonizar” con la onda de otro cuando desee. Claro que en ese proceso de conexión puede haber “interferencias”, especialmente al principio de los contactos, cuando las mentes se dispersan con facilidad y se pierde la concentración, ocasiones en las que, entre frase y frase del mensaje telepático, pueden “colarse” varias palabras –o frases completas- procedentes del subconsciente de alguna de las personas presentes y, en especial, de quienes posan los dedos en el vaso. Lo mismo que puede “colarse” en la comunicación, interfiriendo la misma, algún desencarnado. Por eso la necesidad de practicar durante semanas, meses y, en ocasiones hasta años, antes de que uno pueda estar seguro de que el “canal” está “limpio” de “interferencias” y el mensaje pueda tomarse con el rigor y la seriedad que entonces ya merece.
En suma, el hecho de que la ouija no sea sino un mero “instrumento” supone que no tiene por qué ser –y de hecho no lo es- el único medio. Nuestra mente puede también decodificar un mensaje mediante la psicografía, también llamada “escritura automática” (precisamente porque, como ya hemos explicado, el cerebro la efectúa de manera “inconsciente”). Para el lector profano, indicaremos sólo que esta técnica consiste en tomar un bolígrafo en la mano ante un papel en blanco o cuaderno, relajar la mente en algún lugar tranquilo –preferiblemente también libre de aparatos electromagnéticos que pudieran interferir- y dejar a aquel con quien quiera contactar –un familiar o amigo que esté durmiendo en ese momento y, en consecuencia, tenga el consciente “cerrado”, un desencarnado, un extraterrestre, su propio “yo superior”, un espíritu, etc.- y pedir que se comunique con él.
Si el proceso funciona, la mano –sin que él intervenga conscientemente para nada- se pondrá a escribir sola sobre el papel con una caligrafía ajena, distinta a la propia; primero con mucha lentitud, luego con mayor soltura. Proceso que puede tardar en desarrollarse con fluidez pocas o muchas sesiones, lo que dependerá de diversos factores personales que no es ahora el momento de explicitar. En cualquier caso, no está de más reiterar que no debe hacerse mucho caso, al principio sobre todo, de la “personalidad” real de quien se identifique mediante la psicografía. De hecho, generalmente suele ser el propio subconsciente quien más a menudo se manifiesta, adoptando la “identidad” del personaje con quien realmente nos gustaría contactar. No importa. El proceso permitirá abrir el canal. Pero, ¡mucho cuidado con los mensajes! Este proceso no es un juego y ha llevado a muchas personas a depresiones, a la desesperación e, incluso, al suicidio. No deje que sus hijos practiquen la psicografía ni jueguen con la ouija. Psicológicamente pueden resultar muy afectados.
Debo también añadir que, según los miembros del Grupo Aztán, la ouija –una vez trabajada durante años- otorga mayor credibilidad sobre la pulcritud y limpieza del mensaje al poder ser éste más fácilmente contrastado y haber menor riesgo de interferencias de los subconscientes; de ahí que ése, y no la escritura automática, haya sido el método elegido por ellos.
En cualquier caso, finalizaré diciendo sobre este punto que también he asistido a una de sus sesiones de “inducción” telepática. Y explicaré también brevemente su desarrollo. En ellas, los miembros del grupo se sientan en silencio y con luz tenue en algún lugar tranquilo, dejando un magnetófono grabando; a continuación unen sus manos y recitan un mantra –generalmente el consabido “Om”- para intentar vibrar lo más al unísono posible y facilitar la relajación y la comunicación; luego, uno de los miembros del grupo se dispone a intentar decodificar el mensaje que, previamente, se les ha comunicado mediante la ouija que se les va a enviar. Al principio probablemente esta persona percibirá alguna frase, que rechazará porque creerá que la ha “pensado” él; pero, en un momento determinado, esa frase le vendrá a la mente una y otra vez. Deberá entonces limitarse a pronunciarla en voz alta; con lo que, a continuación, le llegará otra, que también verbalizará. Este proceso se repetirá de forma continuada hasta completar todo un discurso, que concluirá cuando no perciba mentalmente más frases.
He de decir que la experiencia a la que asistí fue realmente singular. El mensaje lo decodificó Luis Arribas y, una vez oído entero, no sólo tenía perfecto sentido sino un elevado contenido que me cuesta creer –y no estoy diciendo que ello no sea posible- se pudiera deber a una improvisación, aun cuando fuera inconsciente. Son muchos los mensajes así inducidos que, a lo largo de los años, han recibido y he podido leer en sus anotaciones. En este sentido, descarto el fraude. Salvo que aceptemos que se están eutoengañando todos.
Hechas estas aclaraciones, vuelvo al desarrollo de las sesiones. El tablero de ouija que utilizan está fabricado por ellos mismos en madera pintada y pulida en blanco –según les explicaron, los de metal dificultan la recepción de las ondas mentales-, al que se han pegado las letras, números y signos convencionales que lo caracterizan. El vaso, sin embargo, no es tal, sino uno de esos achatados y gruesos tarros de cristal con el cuello de borde redondeado que se venden conteniendo yogur, algo más pesados y menos altos que un vaso corriente, lo que facilita su manejo a la hora de deslizarse sobre el tablero.
Durante las reuniones, y salvo quienes ponen el dedo en el vaso, los demás miembros del grupo van anotando en sus respectivos cuadernos o diario el mensaje que en voz alta desgrana uno de quienes colocan el dedo en el vaso, por lo general María. La razón, al parecer, es que en la medida en que uno se concentra en escribir el mensaje que se está decodificando, la mente no se dispersa y el cerebro puede recibirlo directamente vía inconsciente. Con lo que la asimilación del mensaje al ser posteriormente leído resulta mucho más sencilla en tanto se encuentra ya codificado –aunque uno no sea consciente de ello-. Ello, al margen de que de esa manera cada uno puede luego leerlos tranquilamente en casa cuando lo desee. En cualquier caso, el hecho me pareció muy interesante porque cada miembros del grupo posee, consecuentemente, copia de cada uno de los contactos, literalmente iguales. Y como quiera que varios de ellos los escriben en agendas, diarios o cuadernos sin anillas, los mismos quedan reflejados correlativamente en el tiempo, con lo que no sería posible –si se pretendiera- hacer correcciones sin que se note, suprimir algún contacto –salvo que se arranquen las hojas- o introducir uno nuevo entre ellos. Lo que, desde el punto de vista del investigador, resulta sumamente válido como elemento probatorio en caso de que se precisase.
Bien. Las reuniones se celebran normalmente de noche, de forma preferente a partir de las once. Y no por razones de comodidad o simple conveniencia por parte de los asistentes, sino porque les han explicado que las radiaciones de todo tipo que atraviesan la atmósfera de nuestro planeta son menores durante ese periodo y se facilita la comunicación.
En cuanto a su duración, éstas son variables. Las clases a las que asistí los martes durante dos años solían durar alrededor de tres horas. Pero me consta que en sus reuniones de trabajo el contacto no es tan continuado como durante el curso, sino que dedican mucho tiempo a hablar, consultando con la ouija sólo cada cierto tiempo, debido a que cada respuesta suele precisar nuevos intercambios de opinión entre ellos.
Otro de los aspectos curiosos es el DUM. Aproximadamente cada cuarenta y cinco minutos o cada hora, el vaso marca esas letras invitando a los reunidos a hacer una pausa. Abreviatura de Descansad Unos Minutos, permite a los asistentes estirar los músculos, pasear un poco, intercambiar opiniones sobre lo recibido, ponerse al día con los compañeros o amigos, tomarse un café o una infusión y, sobre todo, reponer fuerzas. Y es que son habituales en las sesiones las pastas y los dulces ya que el azúcar de los mismos –según les han comentado- ayuda a un mejor funcionamiento del cerebro, en tanto éste se alimenta básicamente de ese elemento.
Por cierto, que una de la cuestiones que más me llamó la atención es la facilidad con la que detectan si alguien a ingerido alcohol. He presenciado las reconvenciones a alguno de los presentes varias veces –incluido yo mismo- y llegué a preguntarme si la información la obtenían porque alguno de los presentes lo percibía –aunque fuera inconscientemente- por el olfato. Porque no importaba si uno había bebido sólo un poco de vino y hacía además lo necesario para que nadie lo notase: Geenom lo detectaba. (He de explicar que está prohibido ingerir bebidas alcohólicas el día del contacto, porque –según les han dicho- ello afecta a la comunicación ya que el cerebro no decodifica bien.) Así que otra de las peculiaridades de este singular contacto es la de escuchar ocasionalmente el inevitable consejo de “bebed unos vasos grandes de agua”, bien indicado en general, bien a alguien en particular.
Bueno. Ya estamos, pues, sentados todos alrededor de la mesa, a la hora prevista del día prefijado, prestos con nuestros bolígrafos o plumas y nuestros cuadernos o folios listos. Luis y María, tras los 10 ó 15 segundos de concentración en silencio, ponen los dedos índice de sus manos derechas en el borde del vaso... y esperamos. Y he aquí una de las cosas que a mí más me sorprende: la respuesta es casi instantánea. Porque no suelen pasar más allá de cinco segundos y ya el vaso comienza a girar en círculo en el centro del tablero de la ouija, ora en el sentido de las agujas del reloj, otra en el contrario: primero algo más lentamente, después a mayor velocidad. E, inmediatamente a continuación, el vaso se desliza hacia las letras con asombrosa rapidez marcando la clave de identificación que permitirá a los miembros del grupo saber que se trata de Geenom: “XXX 5 a 3. Amor, hermanos.” El contacto, sin más, ha comenzado.
Debo, sin embargo, hacer de nuevo un inciso para desvelar dos cosas importantes: la primera, que la frase que en el párrafo precedente he escrito no es en realidad la que verdaderamente se utiliza como clave de entrada, sino una similar; la segunda, que el nombre auténtico con el que se presenta desde hace 18 años mi interlocutor tampoco es el de Geenom, sino que se trata del pseudónimo que me pidió que utilizara al transcribir la entrevista; de ahí el sentido de la respuesta que me da al principio de nuestro charla, cuando me responde: “Me permiten utilizar el nombre de mi maestro, Geenom”.
Y como creo que el lector tiene derecho a saber la razón de esta reserva, le explicaré que se trata de algo muy simple: desde que los miembros del Grupo Aztlán empezaron a difundir sus libros y su revista bimestral, el número de seguidores de su trabajo ha crecido espectacularmente. Y, lógicamente, entre ellos hay muchas personas que han decidido seguir sus pasos e intentar también el contacto con seres extraterrestres. Hasta aquí todo es normal y hasta razonable. El problema surgiría cuando cada grupo que lograba algo se ponía de inmediato en comunicación con ellos para decirles, excitados, que lo habían conseguido, que también recibían mensajes no sólo de Geenom, sino de los demás maestros. (En la revista se han publicado varios resúmenes de algunas de las clases recibidas los martes y los “nombres” de los profesores que las impartieron.) Pero claro, ¿cómo va a ponerse en contacto con nadie Geenom o cualquier otro de los profesores cuyos nombres se han publicado... si no existen? Porque, en todos los casos, se trata de pseudónimos utilizados para salvaguardar sus identidades. Me consta que varios de los admiradores y seguidores del grupo se sintieron molestos al saber este hecho. No me consta, sin embargo, que comprendieran la “lección” que encerraba la experiencia y que es la que llevó a los maestros del Grupo Aztlán a decidir que no se publicaran sus nombres auténticos, los que utilizan en los contactos con el grupo: la de que uno no debe creerse a las primeras de cambio lo que se le dice a través de la ouija. Es decir, que –como ya comenté antes- lo normal es que los mensajes iniciales proceden probablemente del propio subconsciente o de algún espíritu poco evolucionado y que, para gratificar a quien intenta el contacto, se identifique como una de las personas con la que éste desea contactar. Sistema que, por otra parte, garantiza al Grupo Aztlán la identificación de los mensajes, auténticos de sus guías con otras personas y, simultáneamente, rechazar abiertamente los que no lo son. (He de adelantar que –según el Grupo Aztlán- extraterrestres como los que mantienen esta relación con ellos se hallan también en contacto con otras personas de los más variados países desde hace años, como se explica en la extensa entrevista central de este libro.)
Aclarado este punto, volvamos pues a la sesión. Una vez expresada la clave, he observado que la reunión se inicia casi siempre con la misma pregunta cortés: “¿Quieres decirnos algo?”, respondida también generalmente por Geenom con una máxima o pensamiento –cuya compilación me consta que el grupo se plantea publicar en un próximo libro-, pasando luego directamente al diálogo.
En cuanto al coloquio, debo decir que la decodificación a través de la ouija es tan rápida que en muchas ocasiones he tenido –como todos- verdaderas dificultades para poder copiar el mensaje que iba verbalizando María siguiendo las indicaciones marcadas por el vaso. Y ya imagino la cara de sorpresa del lector, pero tienen mi palabra de honor de que no exagero un ápice. ¿Y cómo se explica? Bien, pronto comprobaría –y así lo corroboraron María y Luis, que son quienes ponen los dedos- que, tras tantos años decodificando, han desarrollado ya una habilidad tal que, bien por el propio comienzo de la palabra, bien por el desarrollo inicial de la frase, bien por el contexto de lo que se habla, bien por todo ello junto y porque –como les dijeron- a fin de cuentas el mensaje lo reciben mentalmente y puede haber en ocasiones un trasvase automático del inconsciente al consciente, María consigue adelantarse con cierta frecuencia al vaso y verbaliza las palabras antes de que terminen de completarse. Y así, si el vaso marca “en conse...”, no tiene problemas en terminarla y decir “en consecuencia”, con lo que el vaso pasa automáticamente, sin solución de continuidad, a marcar las letras de la palabra siguiente.
Pero –supongo que se dirá el lector- eso puede indicar que en realidad es el subconsciente de María el que se está manifestando; y, en cualquier caso, incluso aunque no fuera así, existe un evidente riesgo de que diga palabras que no se correspondan con el mensaje mentalmente enviado y éste quede adulterado. La vedad, yo también pensé lo mismo... hasta que observé un significativo detalle en el que no había caído inicialmente: el vaso, de vez en cuando, se paraba en el centro y se “negaba” a seguir. O giraba en redondo haciendo un pequeño y rápido círculo en medio del tablero. O se iba a la letra “N” y regresaba al centro. Y me di cuenta de que se trataba de claves, de “llamadas de atención” que indicaban que la palabra decodificada –con antelación o sin ella- no era correcta. De ahí que no resultaran tan extrañas situaciones como la de María, al intentar adelantarse en la decodificación, verbalizando: “(...) Fun...dó. No: funda... No: fundación... fundamento... fundamental... ¿Tampoco? ¡Ah!, fundamentalmente. Caray, perdonad...” Y todos riendo, claro. Y es que cuando la palabra que María intenta adelantar antes de que se complete por el vaso no es la correcta, éste se detiene en el centro, o bien se desplaza hacia la “N” para indicarle que “no”, que no es esa, o bien gira en círculo invitándola a retroceder a la palabra anterior o sílaba anterior para luego proseguir.
Pues bien, son este pequeño tipo de cosas las que más me han hecho reflexionar. Porque ese simple detalle parece sugerir claramente que el pensamiento de María va por un lado y el mensaje que decodifica por otro; de lo contrario, ¿cómo explicar que ella piense en varias posibilidades y su propia mente, conjuntamente con la de Luis, que son las que decodifican el mensaje simultáneamente, “niegue” a través del vaso la validez de esos pensamientos y termine “imponiendo” finalmente la palabra correcta?.
Podría argüirse que, en tal caso, el responsable de la respuesta podría ser el subconsciente de Luis. Pero la verdad es que el mensaje que se expresa a través del vaso de la ouija requiere de la sincronicidad mental de ambos para que se mueva. ¿Y cómo es eso posible cuando uno de los dos está proponiendo mentalmente algo distinto? ¿Cómo es posible que si María piensa mentalmente en varias palabras, el vaso –que se mueve con la conjunción mental de los dos, insisto- vaya rechazando, una a una, cada propuesta que hace? No tiene lógica alguna.
Añadiré que, aunque fueron muchas las anécdotas que viví tanto durante el desarrollo de las sesiones que dieron lugar a este libro como a lo largo de los dos singulares cursos a los que asistí, la mayor parte de ellas no aportarían gran cosa a la obra y voy a obviarlas. No obstante, sí quisiera detenerme en una que, aunque breve, me parece ilustrativa por cuanto demuestra una clara coherencia con el trasfondo del mensaje que el grupo recibe.
Ocurrió durante una de las primeras reuniones, cuando yo observaba lo que sucedía a mi alrededor con especial atención, procurando fijarme en cada detalle, en cada gesto, en cada comentario. Estábamos sentados, copiando a toda velocidad el mensaje que iba desgranando en voz alta María, cuando alcé por un momento la mirada y pude ver cómo, de improviso, el vaso se detenía “en seco” y casi volcaba, lo que no sucedió finalmente porque ella y Luis siguieron manteniendo los dedos sobre él. Riéndose ligeramente, recuperaron, el equilibrio del vaso y se dispusieron a seguir. ¿Qué ha pasado?, pregunté extrañado, con curiosidad, sin comprender muy bien la razón de ese brusco movimiento. Nada –me respondió Luis-, que se había posado una mosca en el camino del vaso durante un instante... Yo había visto, en efecto, cómo sobrevolaba la mesa una de tantas moscas que, de forma habitual, entraban por la ventana, abierta en ese caluroso mes de Julio, pero no que procedía exactamente de encima del tablero. ¿Me estás insinuando –respondí- que el “vaso” se ha parado solo, a fin de no “atropellar” a la mosca? Sí –me diría ahora María-. Pero es que nuestros guías nos han dicho muchas veces que la vida, incluso la del ser vivo más pequeño, debe ser respetada siempre. Y no creas, no es la primera vez que esto nos ocurre...
¿Qué decir? A fuerza de ser sincero, todo lo que hasta el momento he relatado me dio argumentos suficientes como para dar validez a la realidad del contacto, independientemente de quien esté o no detrás del mismo. Más incluso que el propio contenido de los mensajes, cuya validez no entro ahora a valorar. Pero ya se sabe: uno es periodista y no puede evitar ser desconfiado por naturaleza. Así que un día, en plena sesión de preguntas, espeté a bocajarro: “Quisiera hacer una pregunta, pero mentalmente, sin expresarla en voz alta. ¿Es posible? ¿Se me podría contestar?”.
Si inconscientemente creía que ello podía provocar alguna reacción de inquietud o sorpresa entre los miembros del grupo, me equivoqué. Luis y María se limitaron a poner los dedos sobre el vaso y esperaron la respuesta afirmativa –no tenía mucha confianza en que se me dijera que sí, pues esperaba alguna excusa-, precisé de algunos segundos para concentrarme y pensar en alguna cuestión concreta. Luego abrí los ojos y observé que el vaso giraba en círculos, ora en un sentido, ora en el otro, pero con mucha mayor amplitud que en otras ocasiones. Menos de quince segundos después, el vaso daba respuesta puntual y concreta a la pregunta que había formulado –sólo- mentalmente. Y me rendí a la evidencia.
Invito al lector, pues, a pasar sin más dilación a leer el contenido de la entrevista. Pero permítame una sugerencia: abandónese a su lectura sin prejuicios, obviando –en la medida en que le sea posible- sus creencias. Limítese a atender una opinión que –ya le adelanto- posiblemente sea contraria en algunos -o muchos- aspectos de la suya propia. Y observe si lo que lee resuena o no en su interior. Luego, decida por usted mismo.
[1] Cuando Geenom, a finales de 1992, me respondió a esta pregunta, dijo que tenía 634 años. Sin embargo, cuatro años después, cuando estaba dando los retoques finales al libro, volví a preguntarle con el fin de actualizar el dato con exactitud, contestándome que tenía 662. Como quiera que sólo habían transcurrido cuatro años terrestres, manifesté mi sorpresa y pedí que me explicara la razón del desfase. Primero, con sentido del humor, nos instó a calcularlo nosotros mismos con los datos que en su día facilitó al Grupo Aztlán; luego, ante nuestro despiste, respondería:
“Bueno, no os compliquéis la vida. Vivo o espero vivir alrededor de 1.200 años de los vuestros... y de los míos. ¿Básicamente un año nuestro corresponde a un año vuestro? En términos generales, sí, pero tened en cuenta que no todos nuestros años duran lo mismo. ¿Por qué? Pues porque Alfa Centauro es un sistema binario y nuestro planeta, en su órbita alrededor de ‘Alfa B’, sufre alteraciones dependiendo de la posición de la otra estrella”.
Debo decir que la explicación no me resolvió las dudas. Y que sólo el hecho de recordar la distorsión espaciotemporal que se produce en el cosmos, según la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, me pareció la posible clave para aclarar ese aparente conflicto. Lo cierto es que esto es lo que sucedió y así lo cuento.
Continuará…..
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