miércoles, 4 de noviembre de 2009

AGUAS CUESTA ARRIBA

De: Emilio

Emigalla2000@yahoo.com.ar

4 de octubre, 2009

Hermoso día, pero aún con ese sol brillante en el cielo limpio, hacía bastante frío... más que lógico, por estar en pleno Julio a la orilla del mar, con viento del Oeste.. Me coloqué la ropa térmica, el casco, los guantes, me monté en el cuatriciclo... y a recorrer los médanos y la playa!.

Otra manera de vivir la libertad, volviéndose parte de la naturaleza... como un puntito perdido en la inmensidad de las arenas, explorando lugares completamente vírgenes en el medio del desierto. Como uno volviéndose casi nada para poder así sentirse parte del casi todo. Alejándose hacia la soledad absoluta y el silencio, para poder sentir la plenitud de estar uno acompañado consigo mismo, como pudiendo escuchar los propios latidos del corazón.

Claromecó tiene ese aire de pueblo chico de provincia, sano, como es en general su gente. Cuando me cansé de trepar médanos, subiendo y bajando, me dispuse a volver recorriendo lentamente la playa, aprovechando la brecha de arena que la pleamar ya estaba consumiendo. El latir del mar, su rugido, su danza eterna... y la soledad de la playa nos pueden traer un hermoso momento de calma espiritual, sosiego... paz... reflexión.

De a poco, lentamente, disfrutando del paseo, fui recorriendo la orilla, jugando a la mancha con las entradas de agua y espuma que traía la marea hacia la playa. Generalmente aprovecho esos momentos mágicos para acompañarme, para estar conmigo mismo, para intentar comunicarme con mi ser interno, para obtener respuestas, ideas, clarificaciones, lecciones, evidencias, aprendizajes.

La naturaleza virgen siempre es un disparador de interrogantes, emociones, sentires... para mí, al menos. Debo estar atento a sus señales; mi ser interior me habla a través de las mismas, con una claridad que no consigo encontrar en el movimiento de la ciudad.

Pronto llegué al río, más bien un arroyo, el arroyo Claromecó, que separa a este balneario del otro, Dunamar, en la margen hacia Bahía Blanca. Mi propósito era atravesarlo con el cuatriciclo, en lugar de ir a pasar por el puente, como hace normalmente todo el mundo. Precavidamente, me bajé para estudiar el terreno a fin de ver si cruzarlo era posible.

El arroyo vuelca sus limpias aguas en el mar, y a veces forma un pequeño delta, por donde en ocasiones se puede pasar debido a la poca profundidad del agua, pero donde la arena presenta características movedizas lubricada por el agua que la inunda.

De pronto, se me prendieron todas las luces rojas del tablero de mi mente; algo estaba mal, saltaba a los ojos como que no cerraba... A primera vista, me sorprendió, pero pronto lo entendí. El agua del arroyo, en ese momento... iba hacia atrás, aguas arriba. Algo que de no haberlo presenciado, nunca me habría entrado en la cabeza.

La gravedad siempre hace que el agua vaya hacia abajo, por el camino más fácil, pero esta vez no era así. El agua subía hacia atrás, hacia arriba, en el arroyo, contrariando las leyes de Newton. La primera vez en la vida que tengo oportunidad de presenciar ese fenómeno; un río que se da vuelta... ¿...?.

Enseguida comprendí que el agua salada se encimaba por sobre las aguas dulces del arroyo, empujada por la marea, en oleadas repetidas. Por debajo, el arroyo desembocaba sus frescas aguas como siempre, pero en su superficie se podían ver olitas de agua subiendo, en dirección opuesta, hacia tierra firme.

Un aparente contrasentido... pero así es la vida. Aparente. En contrasentido aparente. Pero para nosotros, los humanos, en contrasentido.

La orilla del mar siempre es curativa; el agua se lleva nuestros pesares y preocupaciones consigo. El arroyo o el río, representa al Signo de Cáncer, Signo que pertenece al Elemento Agua, el “Agua” de las emociones. Las aguas, al igual que las emociones humanas, asumen estructuras particulares que pueden ayudar a la sanación.

Las moléculas de agua se impregnan con nuestras emociones y cambian su estructura, en sintonía con nuestro estado interior. El agua es el elemento más maravilloso, mágico y curativo de la naturaleza. Representa al alma del planeta. ¿Qué estaba queriendo decirme el arroyo, con sus aguas a contrapelo?.

Tal vez no quería decirme nada, pero ésta era una oportunidad de entender algo o al menos, de obtener una moraleja. Tenía que haber un mensaje, una respuesta... que en realidad era lo que yo venía a buscar.

Desistí de cruzar el arroyo porque la corriente era muy rápida y revuelta, y si se moja la bujía... durante la pleamar... mejor bajate y andá a comprarte otro cuatriciclo, porque a éste, se lo lleva el mar. En lugar de ello, me senté en la arena seca de la orilla del arroyo, a reflexionar, mirando el agua subir mientras trataba de bajar las vueltas que los de la ciudad nos llevamos a cuestas cuando nos vamos de vacaciones.

Se me ocurrieron varios mensajes, como por ejemplo “hay que volver al origen”, “la lógica es una y la realidad, otra”; “nuestra versión de la realidad es solamente lo que logramos concienciar, apenas eso” y tantas otras más. Pero no me conformaban...

Recordé las lecciones del curso de Inteligencia Emocional, que decían que las emociones no deben ser reprimidas, sino transmutadas. Las emociones representan un enorme caudal de energía, que pueden perjudicarnos, cuando la emoción es disfuncional.

O pueden ayudarnos a realizar tareas que no hubiésemos sido capaces de encarar, de no haber contado con el impulso y la adrenalina que trae consigo el experimentar fuertemente una emoción, como por ejemplo, el miedo.

No se trata de creer que las emociones son dañinas, no lo son en la medida que podamos convertirlas de disfuncionales en funcionales. Algo así como darlas vuelta, tal como se hace con un guante o una media. ¿Sería que el arroyo, gracias al empuje del mar, tal vez estaba haciendo esa conversión, y me estaba invitando, con su ejemplo, a que yo también lo hiciera, para que las emociones y los sentimientos que me llevaron en esta ocasión al mar, se convirtieran en energías de polaridad positiva?.

Las emociones cancerianas, siempre están referidas al pasado, como el arroyo que viene bajando hacia su madre, el mar (Piscis), cuyas aguas al evaporarse desatan la lluvia que alimentará al arroyo, que habrá nuevamente de volver al mar. El ciclo de la vida, en resumen. El regreso al origen...

Entendí, a través de la astrología, que vivimos en dos mundos paralelos. Así lo muestra nuestra Carta Natal: un mundo real, captado por nuestros sentidos, y otro virtual, que sólo podemos experimentar internamente.

El real (¿real, o solamente un holograma?) gira en sentido antihorario, mientras que el virtual lo hace en sentido horario, y del mismo dependen los sucesos que actúan con mayor intensidad en el plano espiritual, mientras que el otro sentido antihorario indica el avance de los hechos en la materia.

Una persona puede experimentar la muerte real, marcada por los tránsitos de los planetas en sentido antihorario, o sentir una muerte virtual, en el sentido horario, que dejará marcada una regeneración, un hito importante que puede cambiar radicalmente la manera de vivir del individuo. Un ejemplo típico de esta vivencia regenerativa es la vivida por Diego Maradona (gran porcentaje de Elemento Agua: Sol en Escorpio, ascendente Escorpio, Luna en Piscis).

También me pareció entender que la madre, el mar, estaba cubriendo en esta oportunidad con su piel salada al arroyo, dándole la bienvenida al hijo pródigo, que solamente conoce ir hacia abajo, regresando hacia su madre, por gravedad.

Asocié que las emociones disfuncionales son las que nos condicionan a ir siempre hacia abajo, sentido en que circula el agua. A favor de la gravedad, todo es más cómodo. Dejar caer es más fácil que levantar, pero no tan meritorio. Puede que el arroyo me estaba indicando que algo debía cambiar en mi interior; que mi vibración debía armonizarse con el flujo positivo de la energía. Mi Luna pisciana (Piscis representa al mar) reconoce en el mar a su madre espiritual y se siente contenida por su inmensidad.

A partir de ese hecho momentáneo tan particular, que tuve la gran suerte de presenciar, algo también se dio vuelta en mi interior. Allí me di cuenta de que nuestra limitada percepción humana puede reconocer sólo lo que está en la superficie, ignorando (para nuestro propio mal), lo que pasa adentro, lo que se mueve dentro de nosotros, en nuestra propia dimensión virtual. Y justamente eso es lo que no nos deja seguir adelante como lo exige inexorablemente nuestro plan de vida.

Completamente solo, a esa hora de la fría mañana, evadido de la realidad, me pareció escuchar una voz preguntando con sonido cantarino, armonioso, con tonos brillantes...

“¿Cuántos años tienes...?”.

Me sorprendí en primera instancia, pero luego, ya acostumbrado a los juegos de preguntas y respuestas con los que dialogo (o que tal vez, sólo creo dialogar...) con la naturaleza, respondí con la mayor soltura posible:

“Cincuenta y seis, todavía...”.

“Todo un adulto, no?” volvió a escucharse la voz, que se me antojó como con una tonalidad femenina, pero también con cierto tono irónico.

“¿Un adulto? No sé, tal vez más cerca de viejo que de adulto...” respondí.

“¿Y cuántos años crees que tengo yo...?” dijo la voz, que ahora identifiqué como proveniente del arroyo.

“Ah.... sos vos! Claro, quién otro que el arroyo... bien, ¿qué cuántos años tenés? Y... no sé. Tal vez doscientos... o trescientos... quién sabe?” dije.

“Muchos más, bastante más... pero, a ver... ¿qué te tiene tan abstraído, con esa mirada asombrada perdida en mi superficie...?” pareció decir el arroyo.

“Estoy sorprendido... es la primera vez que veo aguas que van hacia arriba en lugar de ir hacia abajo...” le contesté.

“Sí, tu sorpresa se te nota en la expresión... es fácil detectar cómo transparentas tus emociones” dijo la voz.

“Bueno, sí... claro, me considero un tipo sincero” traté de cubrirme.

“Puede ser... y se observa claramente, que todavía, un niño” acotó mi interlocutor.

“¿Un niño? ¿A esta edad...? ¿No te parece que ya soy bastante maduro?” le pregunté más sorprendido aún que al ver sus aguas ir hacia arriba por el cauce.

“¿Has aprendido ya la diferencia entre un niño y un adulto maduro? Creo que todavía no...” dijo la voz del arroyo.

“No sé bien a qué te refieres...” traté de ganar tiempo y pensar en la respuesta.

“Aguas que suben, que viajan “aguas arriba” en mi cauce.... ¿qué te dicen?” preguntó.

“No sé, eso es lo que quiero entender....” le respondí.

“Amigo... un niño deja fluir sus emociones. Un adulto se volverá recién cuando aprenda que hay momentos en la vida en que las emociones no deben aflorar tan libremente, por su bien y por el bien de quienes lo rodean” y continuó... “un adulto sabe reconocer cuando las aguas de sus emociones deben ir hacia arriba en su cauce en lugar de ser desembocadas libremente; hasta que no lo aprendas, no dejarás de ser un niño...” dijo la voz del arroyo.

Nos volvió a rodear el silencio, apenas roto por las aguas murmurando entre ola y ola, sin que se pudiera descubrir de qué estaban exactamente conversando...

Gran lección, la del arroyo Claromecó.

La diferencia entre un niño y un adulto es que éste sabe reconocer el momento en que sus emociones no se deben exteriorizar tan libremente... ¿Será hipocresía? ¿Será parte de los mitos sociales? ¿Será un mecanismo de supervivencia? ¿Será una manera de conducirnos mejor entre los semejantes? ¿Será que así tal vez no tengamos que pagar los precios que nos hacen pagar cuando nos exponemos? ¿Será acaso más sano para nuestras relaciones? ¿Y para nuestra alma...?. No lo sé.

Todavía no, según dijo la voz del arroyo. Debo trabajar en eso. No quise seguir preguntándole al arroyo porque ya tenía material en exceso para procesar. Además, en ese momento, él estaba demasiado ocupado, corriendo aguas arriba... como para ser interrumpido, tan sólo... por la infantil curiosidad de un niño.

Emilio - Julio 2006

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