sábado, 20 de agosto de 2011

LOS SIGNOS DEL SILENCIO

Roberto Maruri Ampuero

19 de Agosto de 2011

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Las cúpulas del silencio rompen los oleajes. El horizonte no tuvo límites. Aquí vive la Luz. Aquí sangra lo bello y los truenos hablan: son los viejos que tocan la nieve.

El Ser rompe las olas. Los humanos han dejado de existir: aquí está solo la Pureza, ella leva y se desangra en las grutas de los vientos; y los azahares besan las alas de las ráfagas. La luz pura tiene nombre de vacío.

La única belleza es la Belleza del Vacío. El espacio temporal ha dejado de existir y lo que navega son las flores. No hay gusanos al interior de las arias.

No fue el Ser el que llorara. La Conciencia no es el Yo. No hay un Yo que hable en estos barrancos. Hasta las almas fueron inventadas. No hay Alma. Las voces son las voces de los silencios.

La luz pura es la que toca el acantilado. Aquí todo ha finalizado de lloverse. Aunque la humedad es abrumadora e integra. La Integridad son las espumas del arrecife.

Toda creencia fue un río de invenciones, apegos y caprichos. No hubo nada que fuera cierto, sólo los patos en las barriadas, también las garzas en las lagunas, su desplazamiento manifestando las ondas: el Ser ondeando junto al aire.

Y alguien estaba cantando: era una momia nativa, un antiguo recolector y al lado los estigmas de un reservacionista: un evangelizador. Se elevaba la voz de la mudez. Era el Silencio, una bella alabanza de árboles, los bosques bramaban. Era el Silencio. Eran los pumas.

Aquí los coros de unas voces de cielos, un linaje de Brahms, un capullo, un silbido de los riscos. Era la Nada escuchando su propio sonido, su piar, los relámpagos.

La luz se escuchaba. Los árboles tenían bellísimas barbas. Habían árboles de tronco blanco y ramas descascaradas: eran ríos también, recorridos por los tigres, las tigresas los esperaban sin esperar, su recorrido no necesitaba el ideal, ni la esperanza, eran la luz en simisma, se desbordaban sin desbordarse, no usaban ropa ni insultos, no tenían nombres ni se callaban, fluían por las riberas, las lluvias los mojaban, el agua empapaba cayendo de sus lomos, sus lomos eran la ternura deslizándose, poderosos, el corazón pulsaba la verdadera sangre invisible, absolutamente en su centro.

Era el Silencio el que estaba lloviendo su persistencia consciente. Era el agua, eran los vientos y la tierra brotando en sus pastos.

Al interior de la Conciencia habita la explosión total de la Belleza, sus moradas Unas. No hay nada más ni nada menos, es así de simple.

El Silencio flota la permanencia. Flotan las cascadas: cabelleras al viento ¿y los remeros? están ahí inmersos, son la inmersión y el impulso del mismo remo; sobre el timón se escucha cantar a un dios. Los dioses no existen, sólo existen sus cabellos estilando sobre la vida que si existe. Hay una mujer arrugada en la popa de la canoa ¿la han visto? La Vida la ha visto, esta sumergida en la humedad misma. La madera esta absolutamente empapada.

El horizonte ha sido quemado.

Las voces de los maestros venían del campo de lo ilusorio. Sólo se escuchaba verdaderamente al Gran Maestro Uno y silencioso, era la Conciencia misma, la música de las vastedades no físicas de la Unidad. Remeros al viento, pasos en las cascadas, maremotos.

* * *

No hay nada más que el viento susurrando entre los árboles. La música aliviana las hojas, los bosques son ancianos sin tiempo de la Conciencia. Las lapas inundan la tierra y aparecen las arañas sobre el humus sombrío de los bosques que navegan en sí mismos y al mismo tiempo fuera de si mismos, ya no creyendo en nada: sin creencias, esa es su belleza: no tienen ideas: flotan y navegan enraizados a la tierra, los tocan amorosos los pajonales donde cantan las ranas de pechos blancos y los pequeños renacuajos olvidados de que existen como ríos. (Ese olvido que no fue olvido, que es conciencia, solo Ser).

Hoy se puede tocar el azul del Silencio. Se puede cantar en el cielo.

Las barbas blancas son las barbas del silencio, la luz allí sí que canta –tocándolas-.

Mientras hoy en el cuerno de África mueren los niños de hambre. Las revoluciones (estudiantiles) se suceden, caen los monarcas, se desmoronan las iglesias, todo se descascara es la afluencia de la Nada que late. Es la belleza estos corazones abiertos: Toda la Luz late como late el Amor. Todo lo cantaba la hondonada del corazón humano y la vacuidad estaba empapando su sangre, su sangre de aire por sus venas deshechas. Era el Amor que nacía, El amor impersonal de la creación Toda.

Era la danza bellísima de la creación movida por las tormentas blancas del sol. Era la Belleza y la Muerte. La Resurrección de la Belleza, sus árboles vacuos impulsos sobre un crepúsculo cremado: el Hoy donde el hombre desintegrado nace a su propia grandeza que llueve y arrecia en estos instantes salvajes que ya están fuera de un Cosmos y de la evolución.

Un día se cantó con el dolor de los sauces, ya no hay dolor ni impulso.

Lo único crucificado fue el ego.

Las corrientes lavan la sangre y los grandes trotadores en las praderas se sumergen.

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