Andando los caminos de la vida se encuentran dos viajeros, uno de ellos ciego. Deciden hacer un alto en su marcha y reponer fuerzas a la sombra de un añoso árbol. Comparten sus alimentos, intercambian experiencias de viajes y relatos propios y ajenos. Recostado sobre la fresca hierba, el hombre que ve comenta:
- Que limpio y radiante cielo azul.
El ciego responde:
- Percibo la calidez de la tarde, el perfume que trae la suave brisa, pero no puedo poner colores a lo que percibo, ¿Cómo es lo azul?
- No solo el cielo es azul, también lo es el mar, los lagos, las plumas de algunos pájaros, algunas flores, también algunas piedras lo son.
- ¿Cómo puedo experimentar lo azul?
La desafiante pregunta no era fácil de responder, tal vez las analogías podrían construir el puente que permita tomar contacto con lo azul; después de reflexionar, propone:
- Trataré de relacionar los colores con los sonidos. Los sonidos al igual que los colores, cubren una amplia gama de tonos, la música es casi una pintura de sonidos, los colores claros están representados por notas suaves, es posible hacerle corresponder a cada sonido un color y establecer de este modo una analogía entre color y sonido, la física ha establecido, qué valores de frecuencia le corresponden a los colores en el espectro visible del campo electromagnético, lo mismo se ha hecho con los sonidos cada nota tiene asociada una frecuencia, que define a ese sonido. Relacionar el campo visible con el audible nos podría acercar al color.
Luego de un momento, donde era notorio el esfuerzo del ciego por percibir el color, éste responde:
- Mi mente comprende tu mensaje, pero no puedo aún experimentar el color.
Ante el fallido intento, prueba hacer la conexión desde otro lado:
- Los colores también están asociados con las emociones que despiertan, los hay cálidos, alegres o tristes y apagados. Trata de darle sonido y acompañarlo de una emoción, tal vez te acerque y puedas tocarlo.
Nuevamente el ciego en un supremo esfuerzo por experimentar el color, pone sonido y emociones a su idea del color, ahora reflejada en su pantalla mental con toda la gama de grises:
- He acompañado a los colores que me describes de sonidos y emoción, pero aún sigo sin tomar contacto con “eso”, que defines como color.
Abatido por no obtener resultados, intenta con algunas preguntas:
- ¿Desde cuándo eres ciego?
- Desde mi nacimiento, jamás he visto lo que llaman luz.
Lo observa detenidamente y ve que sus parpados siempre han estado cerrados, entonces pregunta:
- ¿Has intentado alguna vez abrir tus párpados?
- ¡Para qué, si no puedo ver!, ¿o no sabes que soy ciego?
- Y si te olvidas por un momento de todo lo que te han dicho, de lo que tú crees y te abres a esta experiencia?
Con temor, pero a la vez con curiosidad, el ciego reflexiona la propuesta. Los músculos de sus párpados están atrofiados, no puede levantarlos, necesita ayudarse con las manos. Al entreabrir sus ojos, un insoportable destello de luz inunda su mente, se cubre con sus manos y exclama:
- ¡Por Dios!, ¿qué me has hecho? ¡Te dije que soy ciego!
- Calma, calma, anda despacio, te debes acostumbrar a la luz, entreabre tus párpados muy, muy poco, para que el pequeño hilo de luz no lastime a tus ojos.
De pie con sus manos cubriendo su cara, se permite sostener ese resplandor y aceptar a que lo cubra todo. De a poco, como una niebla que se disipa, algunas formas borrosas se dibujan frente a él, el árbol, más allá otros, el camino, su circunstancial compañero que lo observa con gran asombro, todo se va presentando con mayor nitidez; los colores brillan mostrando la vida que anima a cada objeto. Su compañero mirándolo a los ojos, señala hacia arriba y exclama:
¡¡¡El cielo!!!
Él responde:
¡¡¡Azul!!!
Viernes 13 de agosto de 2012
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