Vivimos rápidamente, queremos todo para ayer.
Tenemos estrés, ansiedad y mil cosas más. Al vivir tan aceleradamente, pasamos por alto el valor de la sencillez en el que habita lo esencial.
Hoy en día, parece un lujo lo que no debería serlo; el poder pararnos a escuchar lo que nos rodea; pero sobre todo, el escucharnos a nosotros mismos. Para caminar en la vida, necesitamos una brújula, un faro por el que guiarnos y lo encontramos, en la escucha.
Una de mis frases favoritas es, "escucha a tu corazón", porque ahí reside la verdad, la respuesta que estamos buscando. No podemos oír cómo suena, cómo late si desconocemos con qué vibramos, qué nos hace felices, qué nos gusta o nos entristece. Parar un instante a escucharnos, es la mejor inversión que podemos hacer para saber quiénes somos.
Por supuesto, es aplicable a todos los aspectos de la vida y de la muerte. O mejor aún, cómo afrontamos y vivimos, la vida y la muerte. La pérdida de un ser querido es dura, difícil. Al principio podemos estar en estado de shock hasta que poco a poco vamos asumiendo e integrando la ausencia. Y entonces comienza la montaña rusa, las contradicciones. Lo mismo podemos estar tristes, cansados, angustiados, dolidos, enfadados con los que se han ido, con nosotros mismos, sentimos la ausencia y hay dolor. Si en un momento reímos, salimos y nos divertimos parece que estamos siendo irrespetuosos, entra la culpa y el remordimiento; y de nuevo, volvemos a la montaña rusa de las emociones.
Si nos sentimos tristes y tenemos ganas de llorar, lloremos. Si queremos gritar, gritemos. Si queremos reír, y después llorar, hagámoslo. Lo mejor es fluir, dejarnos llevar; exteriorizar nuestro dolor, sacar nuestra rabia, e incluso permitirnos el poder decir, ahora descanso, sin remordimientos. No somos culpables por sentir emociones, ni por estar vivos.
Tras una muerte, muchas veces pensamos que podíamos haber dado más, haber dicho "te quiero" muchas más veces. Se nos olvida que lo que hicimos o dijimos en ese instante, era lo que salía de nuestro corazón; era amor e hicimos lo que creíamos que era lo mejor y correcto.
Esos sentimientos de culpa tienden a generar más angustia y dolor uniéndose a los que ya tenemos. Cuesta frenar la mente. Estoy segura que cuando atendíamos o estábamos con nuestros seres queridos, les acompañamos y les transmitimos el amor que sentíamos hacia ellos. Eso se nota, aunque no lo digamos. Estar en silencio a su lado, también es amor. Cogerle la mano a un enfermo o moribundo, es amor. Decirle que le queremos es amor. Ayudarle a que esté cómodo y en paz, es amor. Aunque en el momento en que lo estemos haciendo, a veces nos resulte incómodo, estemos cansados o tengamos un mal día, seguimos dando amor.
Siempre se van a quedar en el tintero tantas cosas que no dijimos, tantas cosas que no hicimos, tantos planes que se han desbaratado. Es inevitable. No podemos culparnos por una palabra o sentimiento no dicho en un instante; y hacer de ello, el freno para seguir avanzando.
La muerte trastoca, nos obliga a cambiar, a vivir de otra manera. Pero también posibilita que avancemos y crezcamos en el amor. Cada uno a su ritmo, a su paso. Si tenemos sentimientos contradictorios, los tenemos. Vamos a querernos, a amarnos, a escucharnos, a saber con qué vibramos, vamos a perdonarnos por lo que dijimos y por lo que callamos, por lo que fuimos y somos.
Y además, "tenemos un as en la manga", todo aquello que no pudimos decir a nuestros seres queridos, ya sea porque no estábamos con ellos, porque no hubo tiempo, porque fue una muerte repentina, etc.; se lo podemos decir ahora desde el corazón, desde al amor que sentimos por ellos. Nos escuchan, nos sienten. Queriéndonos, les honramos también a ellos. Comencemos a valorar el poder del corazón y del amor, siendo conscientes de nuestra esencia.
Compartido con mucho cariño,
Isolda
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