De: Emilio
El viento frío del Oeste baja por la cordillera, sin contemplaciones… la temperatura del día sería muy agradable si no fuera por algunas ráfagas que seguramente van a soplar más fuerte, haciéndome temblar de frío, justo cuando yo tenga que salir del agua cálida y subir la escalera de la laguna porque se acabó el tiempo de inmersión.
Parece mentira, pero ya las leyes de Murphy lo han expresado categóricamente: “si hay alguna posibilidad de que algo salga mal, va a salir mal… y si algo sale mal, ocurrirá justo en el peor momento, cuando estemos menos protegidos…” Algunas son verdaderamente cómicas: “apunte el limón al ojo, y ponga la milanesa en el plato!”.
En realidad, no es cómico cuando a uno le suceden estas cosas, pero por suerte hay una condición exclusivamente humana, algo que se llama “ironía” que nos permite sobrevivir riéndonos de nuestros propios dramas, cuando la vida nos pone cabeza para abajo.
La ironía se diferencia del buen humor, en que la ironía aparece cuando se hace una reflexión sobre un suceso en forma aparentemente seria, pero sarcásticamente. Dicen los psicólogos que la ironía no es sana, como sí lo es el buen humor, porque implica una cierta crueldad en el comentario; aún cuando esa irónica crueldad se dirija hacia nosotros mismos, dado que es un maltrato que nos auto-infligimos.
Sin embargo, discúlpenme señores psicólogos… pero la ironía me ha permitido sobrellevar muchos trances difíciles de la vida. Es una manera de reírse por adelantado, ya que más tarde, cuando pasa el tiempo, vamos gradualmente comentando a otros lo que en su momento era una gran crisis, con cierto dejo de humor que de algún modo nos va curando el alma.
¿Quién hoy no se ríe al comentar cómo se daba aquellos porrazos con la bicicleta, cuando recién estaba aprendiendo a andar? Yo mismo tengo una hermosa cicatriz de cuando me “tragué” el paragolpes trasero de un camión estacionado, por mirar para atrás… En ese momento, quedé desmayado en el piso; hoy lo recuerdo y al comentarlo, no puedo evitar reírme. Tal vez de ese entonces me haya quedado la cabeza así de loca…
Si vamos al caso, ¿porqué no reírse ya de algo que nos pasa hoy, siendo que inevitablemente más tarde, finalmente lo vamos a hacer? ¿Tiene lógica? Creo que si. Pero hay que entrenarse mucho para lograr reírse de sí mismo o de lo que nos pasa, cuando estamos cabeza para abajo. Y además, hace falta mucha voluntad para lograr salir bien parado al dar vuelta, favorablemente, la situación.
Las burbujas de lo que yo he dado en llamar “el Estanque del Porcino” (“Laguna del Chancho” me parece un nombre que no es para nada fashion…) van de acá para allá, un poco por el viento y otro porque son desplazadas por el vapor de las fumarolas, que ya todos sabemos donde están y nadie se les sienta encima.
Cuando esto le sucede a algún principiante, todo el mundo se da cuenta, se miran entre sí y se sonríen en silencio a costa del incauto/a que no las conocía. ¿Eso no es reírse de la desgracia ajena? No está bien… ¡pero qué irresistible es!
Observo que las burbujas van dando paso a un periscopio, que se dirige hacia mí. Un periscopio, que gira hacia los costados, mirando como si estuviera buscando a alguien… ¿Un qué? ¿Un periscopio dije? ¡Eso pertenece a un submarino!
Está bien un poco de fantasía… pero creo que se me fue la mano; no, man… ¡no podés...! Pero no, esta vez no es cuento, es un pequeño periscopio… no lo veo bien pero ahora que se acerca… sí, ¡es un periscopio!
A ver… un cañito que sobresale verticalmente de la superficie y en su extremo, a noventa grados, un segmento alargado… Eso tiene que ser un periscopio.
Cuando pasó cerca de mí, pude verlo bien… ¿Pero cómo se sostiene? Ahhh…. ¡Es un “panadero”! Claro, el pomponcito ha caído en el agua y hace de base para que el “pancito” quede en posición invertida.
Todos sabemos que la achicoria tiene una flor llena de pomponcitos que el viento arrastra, llevando sus semillas (el pancito, como le decíamos en la escuela primaria). Qué cómico, parece que navegara buscando a alguien… bueno, cómico para mí, trágico para el pomponcito, que ha quedado cabeza para abajo.
“A vos, tal vez te estoy buscando… a vos que te reís de los dramas ajenos, o por lo menos, del mío… te crees que te las sabes todas, ¿no?” dijo el pomponcito.
Otra vez el diálogo fantástico… algo no debe andar bien en mi cabeza, creo. Aunque si vamos al caso, el blanco de la pantalla de TV no existe, pero para nuestra mente, existe. Y el campo magnético de un imán, existe, pero como no lo vemos… no existe.
Todo está dado vuelta, cabeza para abajo… Nunca solemos escuchar lo que debemos oír; pero también a veces oímos aunque no estemos escuchando. Depende de cómo le convenga a nuestros intereses personales… cosa de humanos, sin duda.
“Hola, panaderito… ¿Qué te ha pasado?” le dije.
“Llevábamos bien el rumbo, correcta la altitud, con excelente sustentación…cuando nos interceptó una fría ráfaga descendente; no pudimos contrarrestar la térmica… y acá estamos, estrellados en tu famoso “estanque del porcino”… ¿o esta vez vas a preferir llamarla “piscina del cerdo”?” contestó el panaderito.
“Vaya, vaya… evidentemente has capotado en la superficie, a pesar de que tu léxico indica que sos un experto en el conocimiento del vuelo sin motor…” respondí.
“Sí, lamentablemente… mi misión ha debido ser abortada” dijo el panaderito.
“¿Tu misión? A ver… contame” le dije.
“Claro, mi misión es transportar la semilla a un lugar fértil para que pueda allí crecer un nuevo ejemplar de lechuguita” respondió el panaderito.
“Y ahora… ¿qué vas a hacer?” le pregunté.
“Nada. Voy a esperar a que el viento me lleve hacia la orilla… tal vez allí, alguien pase caminando y mi pancito se adhiera a las suelas de sus zapatillas y así, pueda ser transportado y desprendido en otro lugar, más propicio que esta laguna volcánica” respondió de inmediato.
“Pero… acá, entre nosotros, ¿no te sentís frustrado por no haber podido completar tu misión?” le pregunté.
“En absoluto. Hubiese sido mucho peor si caía con la semilla para abajo en este agua que seguramente quemaría a mi semilla… fue mucho mejor que mi parapente cayera en el agua y el pancito quedara para arriba, aunque ahora estemos cabeza para abajo… ¿no te parece?” respondió el panaderito y continuó viajando, llevado por la brisa, esquivando a algunas burbujas traviesas que se empecinaban en desviarlo.
Bueno… siempre hay algo para aprender, cuando se está predispuesto a hacerlo. Mirá vos… el panaderito “cabeza para abajo” tenía su filosofía; y no es para nada equivocada, me doy cuenta ahora.
Creciendo, nos encontramos cabeza para abajo muchas veces, y allí nos acordamos de las leyes de Murphy y de todos los santos y familia… y sin embargo…. ¿Cómo saber si no podría haber sido aún peor? ¿Cómo determinar con certeza que ha sido “un mal paso” o un “menos mal paso”?
Pienso que lo importante, como decía el panaderito, es buscar el lado positivo de la cuestión, el aprendizaje, la enseñanza de cada lección… y practicar para aprender a tener la “cintura” necesaria y conveniente como para dar un giro en la situación, llegando a buen destino a pesar de las adversidades del momento. Creo que da para pensar un poco… y recordarlo, cada vez que sintamos que la vida… nos ha puesto cabeza para abajo.
Emilio
Estanque del Porcino (Piscina del Cerdo), enero del 2006
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