De: Emilio
26 de octubre, 2009
Esta es la historia del “Colo”. Así lo llamaban sus compañeros y quienes formaban su grupo. En realidad, el “Colo” se llamaba Sebastián. Pero era tan flaquito, de tez tan pálida y su cabeza lucía un rojo penacho pelirrojo que obviamente había motivado a sus compañeros a ponerle cariñosamente el sobrenombre: el “Colo”, abreviatura de “el colorado”.
El “Colo” despertó de pronto al lado de sus compañeros y se sobresaltó de verlos tan distintos a como él los recordaba. El que estaba más próximo a él, le preguntó:
- “¿Qué haces aquí, entre nosotros...?”.
- “No sé, no tengo idea....” dijo Sebastián, llevándose las manos a su cabeza.
- “Pero... (dijo su compañero), no deberías estar aquí... ¿Qué es lo que te pasa?”.
- “No sé, no lo recuerdo...” respondió Sebastián.
- “¿No lo recuerdas...? ¿Qué es lo que no recuerdas? ...¿Te pasa algo?..”
- “Me duele mucho la cabeza... no sé, es como si tuviera amnesia... no recuerdo lo que me pasó” le contestó el Colo.
Varios de sus compañeros, que estaban cerca, lo miraban extrañados, sin comprender... La cabeza de Sebastián mostraba claros signos de haber sido maltratado, y sus compañeros se asustaron pensando que podía ser peligroso para su salud.
- “¿Cómo te sientes? “ preguntó otro compañero.. “¿Estás bien?”.
- “Estoy bien, pero me siento mal...” le respondió.
- “¿Te sientes mal? ¿Te duele algo? preguntaba otro compañero del Colo.
- “No exactamente... no es que me duela algo externo... me siento mal...”.
- “Bueno, hombre, pero a ver si te explicas... nos tienes preocupados a todos. Partamos de la base de que no deberías estar entre nosotros, y si lo estuvieras, no deberías estar en ese estado...” dijo uno de ellos.
- “No sé, me siento como... algo deprimido, frustrado, asustado...” dijo Sebastián.
- “Con más razón no deberías estar entre nosotros; todos nosotros estamos satisfechos, contentos, hemos cumplido con nuestros propósitos... no tenemos miedo, al contrario, estamos eufóricos”...
Sebastián se acariciaba su rojiza cabeza intentando comprender la situación y también recordar qué es lo que le había pasado...
- “¿Te mojaste acaso?” preguntó otro comenzando a sospechar lo que había pasado.
- “No, dijo Sebastián, no recuerdo haberme mojado...” y mirando a sus compañeros, les pregunto “¿Y ustedes, porqué están así, tan diferentes?”.
- “Nosotros estamos como deberíamos estar, el que no está como debería estar en este lugar, sos vos; eso es lo que nos llama la atención” dijo su compañero.
- “Sólo sé que he pasado por una experiencia angustiante, frustrante... que me ha dejado devastado y creo que comienzo a recordarla” dijo el Colo.
- “¿Sientes miedo?” volvió a preguntarle el que había comenzado a entender.
- “En realidad... sí, es eso lo que me pasa. Pero no es sólo el temor lo que me angustia, es la sensación de no haber cumplido mi misión como debía hacerlo...”.
- “Creo que es eso, que no has cumplido con tu misión” dijo el más inquisitivo. ¿Y porqué pudo haber pasado eso? Todos nosotros pasamos ya por eso y estamos muy felices de haberlo hecho...”.
- Sebastián bajó la cabeza, quedó en silencio unos momentos y luego dijo, con expresión compungida: “Bueno, sí.... eso es lo que me ha pasado. No pude cumplir mi aspiración... y fue por miedo” confesó. “Lo que pasó es que vi que ustedes iban desapareciendo de nuestro hogar de a uno, y luego comprendí que me tocaba el turno a mí... y me consumió el terror” dijo el Colo.
Sus compañeros se miraron entre ellos y luego miraron a Sebastián con una mirada compasiva... se acercaron a él, lo abrazaron y le dieron todo el calor que podían darle en ese momento, con todo el amor y la comprensión de que eran capaces, y entonces ocurrió algo inesperado...
Mercedes, la dueña de casa, que había estado meditando frente a una vela se sorprendió al ver que surgía un destello a su lado: era Sebastián, que había entrado en combustión espontánea, junto a sus compañeros, iluminando la habitación parcialmente a oscuras. Por fin Sebastián, el “Colo”, había encontrado su camino, y junto a sus compañeros, todos abrazados, festejaba en una danza de destellos y colores iluminados ante la mirada atónita de Mercedes.
Puede que quien lee no haya entendido del todo esta aparente maraña de situaciones; no debe preocuparse, la culpa es sólo mía. Debí haber titulado este cuento como:
“Sebastián, el fósforo que tenía miedo de volverse luz”. Sin duda tiene que ver la óptica que uno adopte; tal vez, volviendo a leer el cuento con esta nueva óptica, todo se vuelva comprensible y hasta se encuentre cierta similitud con sucesos que deberían darse y (tal vez por miedo) no se están dando. Con amor.
Emilio
Octubre del 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario