De: Emilio
15 de octubre, 2009
El rugido del pozo geotérmico no me dejaba dormir… era similar a tener un jet con turbinas a reacción decolando y luego aterrizando, ininterrumpidamente, al otro lado del cerro. Un aeropuerto a la vuelta de la esquina… Los que viven en la zona decían que no era para preocuparse… que a veces sucede así, y luego se calma. Pero semejante muestra de poder de parte del volcán me hace, digamos… “¿escuchar entre sonidos?”… ya que no puedo decir… “leer entre líneas”. No suelo hacer oídos sordos a la voz de la naturaleza; ella es muy clara al expresarse, y últimamente lo viene haciendo de manera contundente. No existe poder mayor que el de un terremoto, o el de un tsunami, o el de un huracán F5… y estas cosas están pasando todos los días en alguna parte del mundo. Eso es real poder.
El ser humano está jugando a ser un dios, invadiendo el sistema solar, manipulando el ADN, creando poderes y armas terroríficas, dando origen a todos esos virus endemoniados… el Antrax, el Sida, el Hantavirus, la Gripe de los Pollos, y tantos otros que aún desconocemos que desarrollan y encubren… eso es jugar a tener poder. Creo que eso también es falta de amor hacia sus semejantes, aunque lo hagan enarbolando su amor por la paz, el progreso y el futuro de la humanidad.
“El no saber reconocer al amor como amor, se expresa claramente en la búsqueda humana de poder...” dijo una voz en la noche oscura… “pero tanto el poder como el amor, cuando entran en desequilibrio, embriagan, deslumbran y enceguecen... por eso suelen ser confundidos. En su búsqueda de poder el hombre parece haber olvidado que las alas pegadas con cera en el ropaje de Icaro, lo llevaron a la muerte, en su afán de levantar vuelo hasta llegar al sol… ¿El motivo será llegar más lejos por amor a la humanidad o será buscar poder sobre quienes no pueden llegar tan lejos?”.
Ya no me sobresalta la intervención de estos interlocutores fantasmales en el momento menos esperado; o tal vez, sí, puede ser que yo los esté esperando… o los esté auspiciando a que intervengan y me ayuden a poner en claro tantos de mis interrogantes…
Ante mi silencio, la voz continuó diciendo: “El hombre crea computadoras inteligentes, casas inteligentes, autos inteligentes, robots inteligentes… parece que eso le hace sentir el poder de un Creador. Pretende ser cada vez más inteligente y hacer cosas más inteligentes, pero si realmente fuera inteligente, abriría los ojos a la realidad. No recuerda o no quiere recordar que Urano, el primer creador, el más poderoso, el más inteligente… pero el que aún no conocía el amor, fue castrado por una simple hoz. El hombre está templando el acero de una gran hoz, en su soberbia y ansia de poder”.
Estas palabras sí me estremecieron; no pude distinguir si sonaron a advertencia, a profecía o a una condena final en la que todos nosotros, tanto activos como pasivos, estamos involucrados. Está en juego la especie, la civilización… estamos alcanzando el sol y la cera de las alas ya está a punto de derretirse. Recordé las palabras sobre el Apocalipsis… “los tiempos serán cortados porque de otro modo, ningún hombre sobreviviría”. Creo entender que se va a ejercer ese poder, en nombre del Amor.
Los cuatro jinetes parecen ya correr en furioso galope, y el ser humano sigue enceguecido luchando por el poder… político, nuclear, social, informático, económico… sin querer entender que sólo lo puede salvar el amor.
“Sí, dijo la voz que resonó como la del gran pozo geotérmico, el hombre está actualmente construyendo su segunda hermosa Torre de Babel, sin recordar lo que pasó con la primera”.
“Pero… por favor, quiero hacerte una pregunta… si?” dije a la noche.
“¿Seguro que quieres saber la respuesta?” dijo la voz, evidentemente conociendo de antemano mi interrogante.
“Probablemente la respuesta me quite el sueño por varias noches, pienso, pero al menos habrá en mi mente otro interrogante resuelto…” contesté. “¿No hay manera de hacer retornar al hombre desde el poder, al amor?”.
“¿Desde cuando crees que el hombre ansía lograr poder?” dijo la voz.
“No sé… creo que desde que el hombre es hombre…” contesté.
“Exactamente, dijo la voz ronca, desde que el hombre tuvo un semejante, buscó tener poder sobre él; hermano sobre hermano, padres sobre hijos, hijos sobre padres, amigos sobre amigos y amigos sobre enemigos…”.
“Sí, creo que tal vez desde que esgrimió el primer palo contra un semejante” quise acotar yo.
“No, mucho antes que eso… pero sí, tienes razón, el autoritarismo por ejemplo, es una de las variantes del poder, pero también busca poder quien esgrime su debilidad” dijo la voz profunda.
“Sí, es bien cierto... lo he observado en muchos lisiados; colocan su extremidad deformada o atrofiada bien a la vista, entre ellos y su interlocutor, como diciendo ‘no te atreverías a imponerte por sobre un minusválido…. verdad?’ ya sea cuando piden una limosna, cuando buscan una preferencia o cuando pretenden ganar un espacio de poder” agregué.
“Pero también puede estar en busca de poder quien ama…” dijo la voz.
“¿Cómo es eso?” pregunté…
“Sí, si yo busco amarte tanto que logre que te acostumbres y me necesites, puedo obtener poder sobre vos con sólo insinuarte que bien puedo dejar de amarte…” contestó la voz.
“Entiendo, pero en ese caso ese “amor” interesado no sería amor, en todo caso, sería manipulación” dije.
“A veces es un juego perverso en el que la persona quiere que la aprecien por ser capaz de amar tanto, que brindándose de tal manera llega hasta a sobrepasar los límites del libre albedrío del otro con tal de que su amor sea reconocido. Como el amor humano es valorativo, necesita que se le aprecie y se le necesite y a veces la persona hasta juega a entregarlo y a quitarlo, para que sea bien notable el contraste “te amo mucho/no te amo nada”… (mira que si no me obedeces, no te quiero más)” dijo la voz.
“Ya entiendo, por esa razón Afrodita seducía… necesitaba ser apreciada y reconocida. Y así también se esclaviza a la persona amada, obteniendo poder sobre ella, ¿puede ser?” le pregunté.
“En efecto, pero también la persona que se deja amar, consciente o inconscientemente sabe que quien la ama, la necesita como objeto de su amor, y esto le da cierto grado de poder sobre quien la ama, poder que ejercerá o no dependiendo de sus principios (mira que si no me obedeces, me voy, y no vas a tener a quien amar)” y continuó “sin duda puede convertirse en un juego nefasto y perverso, que muchas personas disfrutan compartir, activa, pasivamente, o por turnos, intercambiando roles. Puede ser un acuerdo tácito entre ambas. O muchas veces, no han aprendido a amar sino de esa manera” me contestó.
“Caramba… este tema puede volverse extremadamente complejo…” reflexioné en voz alta. “Y si la persona desiste tanto en amar como en dejarse amar… ¿estaría apartándose del juego de poder?” seguí preguntando.
“Por el contrario, si la persona se muestra indiferente – dijo la voz – estaría jugando el rol de víctima (nadie me ama/no quiero amar a nadie) “brillando por su ausencia”, buscando la atención y el interés de alguien que se preste a jugar el rol de “salvador”.
“Claro… la víctima busca poder al exhibir su necesidad de que la salven, y también el salvador puede estar buscando poder al acudir en su auxilio; la víctima necesita salvadores y el salvador necesita víctimas, de otra manera los conceptos “salvado/salvador” no tendrían razón de existencia… qué complicado, ¿no?” dije.
“El ser humano es complicado, y por lo tanto, sus sentimientos también lo son. El amor legítimo busca el bien del otro y se alegra cuando el otro lo consigue; cuando esa búsqueda va más allá del equilibrio, se pasa a influir sobre la vida del otro con el justificativo de buscar su bien. Intervenir impidiendo la plena libertad así como influir o inducir en los actos de los demás (aún por el supuesto bien de los demás), eso es buscar poder, definitivamente” dijo la voz.
“Pero si yo veo que alguien está a punto de caer a un precipicio... ¿Si lo detengo estoy realizando un acto de amor o de poder?” pregunté.
“Un acto de amor sería prevenirlo y hacerle ver el peligro; un acto de poder sería contenerlo o indicarle qué camino tomar, salvo que solicitara orientación” fue la respuesta.
“¿Y cómo sería una relación sana en la que juegue solamente el amor y no se preste a intervenir el poder?” pregunté.
“Una relación en la que ambos integrantes entiendan claramente que simplemente aman al otro, por la sola alegría del corazón de amarlo, para que se sienta bien, sin pedirle nada a cambio de brindarle su amor. Compartiendo recíprocamente esa manera de amar; dándose mutuamente la libertad de amarse o no, pero sin condiciones” dijo la voz.
“Entonces… ¿Un amor sin libertad no es amor, es búsqueda de poder?” le pregunté, un tanto afirmativamente.
“Tal cual; el poder también es una forma de sentir amor, pero esclavizante y erróneo, dañino y contaminante. El amor sólo sería en verdad amor cuando no requiere siquiera ser reconocido; el amor sano está, inunda y se expresa al viento como el perfume salvaje de una flor en la montaña. Existe por sí, es, vibra, exhala melodías para quien quiera escucharlas, es un arco iris que lamentablemente no puede ser visto por todos pero que tampoco brilla para ser visto, sino para ser” respondió la voz.
“Pero… ¿en realidad, entonces… existe el amor?” pregunté un tanto desesperanzado.
“¿Existe el real deseo de poder?” preguntó la voz.
“Sí, sin duda… existe y es real” contesté.
“Entonces… también debe existir el real deseo de amar, porque los antagónicos hacen al equilibrio, y el equilibrio a la existencia” me contestó la voz finalmente.
Se hizo el silencio en la noche de la montaña… ya no se oye el rugido de la respiración del volcán. ¿Se habrá dormido? ¿O habrá cambiado la dirección del viento y por eso no se escucha? Parece que esta noche el volcán me va a dejar dormir… pero este diálogo me ha dejado tan ansioso, que creo que me será muy difícil poder hacerlo. Porque ahora, se me ha despertado otro interrogante: creo haber interpretado claramente el síndrome del poder, y seguramente podré reconocerlo cuando lo vea, en mí o en los demás, pero… ¿podré de igual modo, tan fácilmente… reconocer al amor en verdad?
Emilio
Copahue, enero del 2006
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