De: Emilio
30 de septiembre, 2009
Todo un día ya de silencio... de lago azul, de bosque cerrado, de paz, de soledad... sin nadie con quien hablar. Sin ruidos de seres humanos, sin gritos, sin estridencias, sin voces... sin palabras. Pero... es extraño, no estoy pronunciando palabras y sin embargo, mi mente no cesa de pronunciarlas. Recuerdo que mi profesor de Lectura Veloz nos decía que no podemos leer más rápido porque sin darnos cuenta, pronunciamos en silencio las palabras que vamos leyendo. Por lo tanto, leemos tan rápido como podamos hablar y por eso, tenemos que aprender a leer sin hablar... pero a veces, tanto pensar como reflexionar, también necesitan de las palabras... o del silencio, que también es la ausencia de palabras y sin embargo, en ocasiones, el silencio puede tener más fuerza que mil de ellas.
A veces, una mirada en silencio puede llegar más hondo que un “te amo”... o que un “te odio”, y un silencio puede llegar a ser más contenedor que un abrazo, o más violento que una cachetada... o más duro aún que un “ya no te amo” que no puede saberse si le duele más a quien lo dice o a quien lo escucha...
Los sonidos tienen poder, así nos fue enseñado... está la fuerza de las palabras que canalizan la Energía de la curación en el Reiki... los sonidos que concentran la fuerza del golpe en las artes marciales... los tonos armonizadores de los Ancianos de Egipto... las Palabras sagradas que los Esenios compartieron con el Maestro Jesús... ¿Será que es tanto el poder que tiene una Palabra sagrada?... ¿O será que todas las palabras tienen poder...? ¿Y no será entonces que todas las palabras son sagradas?... ¿Y no será tal vez que hay palabras que nos pueden traer vida? ¿O tal vez... muerte?
De repente... solté la carcajada!... me causó tanta gracia ver como mi vecina ocasional se asomaba para espiarme y luego se volvía a esconder... como si yo no la hubiera visto! Lo repitió nuevamente al poco rato y no pude menos que decirle en voz alta: “Te vi, te vi, te vi... ¿qué pasa, linda?”...
Silencio... Al rato volvió a asomarse, pero esta vez cruzó como un rayo hacia el otro matorral de cañitas, dejando sus huellas en la arena y moviendo graciosamente la cola a medida que corría. Era chiquita, con su cola larga y esa trompita tan graciosa... me volví a reír y le pregunté... “¿Qué te pasa...? ¿Porqué tanto esconderte si yo no voy a hacerte nada...?”.
- “Nunca se sabe...” creí escucharle decir, aunque no supe si me estaba contestando o si era mi propia mente que estaba jugando con mi conciencia...
- “Eeeehhhh, vamos...” dije, “si solamente te estoy hablando... no me digas que mis palabras te hacen daño... ¿O si?”.
- “Nunca se sabe...” me pareció volver a escuchar.
- “¿Cómo que nunca se sabe...? ¿Acaso mis palabras pueden lastimarte?” le dije, más que nada para ver si contestaba nuevamente...
Escondida tras una hoja y espiándome, la pequeña lagartija esta vez se jugó y asomando su cabecita, dijo...
“¿No sabes acaso que las palabras pueden hacer mucho bien o mucho mal? Me extraña... ustedes los humanos, que se saben todo...”.
“Pará, pará un poquito... a ver, explícate mejor...” le contesté.
“Claro, ya tendrías que saber que una palabra puede salvar una vida o también, hasta matar...” dijo la pequeñita lagartija.
“Bueno, viejita, me parece que estás exagerando...” contesté.
- “No creas, no estoy exagerando... “viejito”... mi madre me lo enseñó, y ella sabía muy bien de estas cosas, porque llegó hasta muy anciana... hasta que uno de los teros de la costa se la comió” dijo la pequeña.
- “Oh... qué pena, lo lamento... yo tampoco tengo demasiada simpatía por esos teros que parece que se compraron el lago; son soberbios, agresivos y gritones... muy desagradables... y no quieren a nadie... pero, bueno, a ver, contame... dale”.
-
La lagartija me miró fijamente, como evaluando si en realidad valía la pena contarme o si era mejor dar la vuelta y marcharse; pero luego, tras un breve silencio, continuó:
- “Cuando yo era muy chica, mis hermanas me contaron que una vez, jugando por allí con otras amigas, mi madre y una compañera cayeron en un pozo. Era bastante profundo y cuando quisieron salir, se dieron cuenta de que no les era posible...” dijo la lagartija.
- “¿Ahá...? bien... ¿Pero qué tiene que ver eso con que las palabras pueden matar o salvar una vida...?” le pregunté, un poco molesto por el calor del mediodía.
- “Te estoy explicando... ¡impaciente!... resulta que las demás lagartijas, se asomaron a la boca del pozo y al ver a sus dos compañeras desesperadas tratando de escapar a los saltos, trepando por las paredes, comenzaron a gritarles “no, por allí no, por allá...!”... “¡ay, no, otra vez te has caído!”... cada vez más nerviosas, parecían enloquecidas, mientras mi madre y su compañera intentaban escapar y se resbalaban, y volvían a caer al fondo...”
Hice silencio esta vez y dejé que la lagartija tomara aliento para seguir su narración. Cada dos o tres palabras, movía rápidamente la cabeza hacia ambos lados como si temiera que apareciera algún depredador y la tomara desprevenida.
- “Mi madre y su amiga comenzaron a cansarse de tanto saltar y una de las que estaban en la boca del pozo, dijo desesperanzada: “No hay caso, no podrán salir, es demasiado profundo”. Ambas miraban hacia arriba en la esperanza de encontrar la manera de salir... volvían a saltar y volvían a caer... y mientras tanto sus compañeras les gritaban “no, así no, no van a poder salir!”... “basta, dejen de saltar... esto es desesperante!”... “basta ya, dejen de angustiarse... de allí no se puede escapar!”.
- “En realidad, tu relato es angustiante, sí...” aproveché a decir en una pausa de la lagartija, que pareció inquietarse por la caída de una hoja cerca de nosotros.
- “Sí, en verdad, era una situación desesperante; al poco tiempo, la amiga de mi mamá se rindió, y ya agotada, se abandonó a morir en el fondo del pozo. Sin embargo, mi madre, cuanto más gritaban las de arriba, más parecía tomar fuerzas y volvía a intentarlo... hasta que en un momento, logró enganchar una de sus patas en una pequeña raíz, y allí se quedó, muy quieta, para retomar el aliento. Muy lentamente, mientras las otras le gritaban “¡no, no se puede, vas a volver a caer!” mi madre seguía tomándose de los pequeños hilos de raíces de la pared del pozo, hasta que, en medio de la gritería desesperada de sus compañeras, alcanzó el borde y logró salir. Su desventurada amiga, había quedado desesperanzada en el fondo, y allí terminó muriendo...” acabó diciendo la lagartija.
Me quedé pensando, sin entender bien la moraleja... una de ellas se abandonó y la otra, cuanto más le gritaban que no se podía, más insistía hasta que se salvó...
- “Bien, qué fortaleza la de tu madre... pero... no entiendo; las mismas palabras que derrotaron a su compañera, ¿salvaron a tu madre?” le pregunté.
- “Justamente” contestó la pequeñita... “¿Ves como las palabras pueden matar o salvar una vida, pueden tanto traer aliento y esperanza, como la muerte por la negatividad y el desaliento?”.
- “No, discúlpame... no me cierra; no termino de entender... me falta algo...”, le dije, preocupado pensando que se me había pasado algo por alto y sin embargo tratando de no hacer que mi amiguita se sintiera molesta.
- “Claro...” dijo la lagartija; “mi madre creyó que la estaban alentando y por eso cada vez adquiría más fuerza y siguió luchando, hasta que salió del pozo...”.
- “Amiga lagartija... no logro entender bien la relación...” dije una vez más, temiendo que el sol me estuviera haciendo mal...
- “¿Cómo que no...? ¿Decime... es la primera vez que venís por acá?
- “No... bueno, sí, a esta playita... si, es la primera vez” contesté.
- “Aaaahhh... claro, discúlpame... entonces vos no conociste a mi madre... ¿verdad?”
- “No sé, creo que no...”
- “Bueno, es por eso que no me entendías... claro, tal vez omití aclararte que mi madre era sorda....”.
No alcanzamos a despedirnos... La pequeña lagartija dio un latigazo con su cola y se zambulló entre las cañas al escuchar el aleteo de un pájaro cercano, y creo que seguramente ella me veía, pero yo no volví a verla... me quedé en silencio, pensando que en adelante debía comenzar a observar cuidadosamente a cada una de mis palabras... que oportunamente pueden alentar, auspiciar la vida y la esperanza... o tal vez, por desgracia, desafortunadamente elegidas... ¿Quién sabe?... por decepción, por desánimo, por miedo... a una esperanza, a una ilusión, a un sueño, quizás hasta puedan llegar a matarlo.
Emilio (enero 2004)
Lago Moquehue (NQN)
No hay comentarios:
Publicar un comentario